¿Para qué vivimos? Vivimos para vivir, vivir bien, vivir mejor. Así lo expresaba Whitehead. Antes de explicar la respuesta, me gustaría contaros una anécdota: Una vez me hicieron una encuesta preguntándome ¿Para qué sirve la familia? La respuesta surgió rápidamente: “la familia no sirve para nada”. Y para acabar de complicarlo todo, dije: Y si la hacemos depender de aquello a lo que puede servir entonces, esa familia no tardará nada en romperse”.
Tales comentarios merecen una explicación. Aparentemente lo que Whitehead dijo y mi respuesta a la pregunta están desconectadas, pero en verdad se trata de la misma respuesta. Empecemos por tratar el tema de la familia.
Me gustaría contar otra anécdota que está relacionada con lo anterior. Una buena amiga mía estaba conversando con otras madres del colegio. Cuando los niños entraron en clase, algunas de las madres se quedaron charlando. Una de ellas dijo “me voy a divorciar” y las otras preguntaron “¿por qué?”. Y la respuesta fue la siguiente: “mi marido, mis hijos ya no reconocen lo que hago por ellos” y mi amiga pensaba en su interior “vaya, pues los míos tampoco”. La madre que planeó divorciarse seguía razonando y justificando su postura “y además a veces, me chilla” y mi amiga se decía para ella “vaya, pues el mío también”. La conclusión era lacónica: vivir en familia ya no le servía para nada, luego ¿para qué vivir en familia? Parece una argumentación sensata, lo que ha perdido utilidad ¿para qué seguir manteniéndolo? Incluso podría ser una falta de honestidad mantener lo que ya no tiene sentido. Con tal argumentación mi amiga pensaba “a ver si yo también tendría que divorciarme”. Algo que no sirve, que ya no se disfruta, mejor dejarlo morir y no prolongar más su agonía.
Desde luego al razonamiento de la mujer con planes de divorcio no se le puede achacar falta de racionalidad. ¿Dónde está el error? Probablemente algunos piensan que no existe tal error, pero personalmente pienso que sí. El error fue pensar que se casaba para “algo” distinto del simple hecho de “estar casada”. Pensaba que se casaba para “algo”. Seguro que en ese “algo” había una lista de buenos propósitos, altos deseos y sin lugar a duda espíritu de sacrificio por conseguir una “familia ideal”. No hay porque negar la buena voluntad de la mujer en cuestión; aunque también es cierto que la buena voluntad no es suficiente.
¿Cuál era el error? Hacer que la familia sirva para “algo”. La familia no sirve para nada distinto de vivir en familia y si hacemos que sirva para “algo” ponemos fecha de caducidad a esa unión, pues tarde o temprano todo deja de servir para algo. Un tema es que el ser humano sea inteligente, y lo es, y sea capaz de dar una dimensión práctica a la mayoría de las cosas y otro tema es que la dimensión práctica justifique la existencia de esa realidad. El hecho de vivir en familia puede traer una lista innumerable de potenciales beneficios, pero ninguno de ellos justifica que se viva en familia. Si alguno de los potenciales beneficios es lo que justifica la existencia de la familia, al desaparecer el beneficio, es natural que los motivos para estar unidos desaparezcan igualmente. Una cosa es sacarle utilidad al vivir juntos y otra cosa es vivir juntos por utilidad. Lo primero es sano, lo segundo no.
Es en este momento cuando podemos introducir lo que decía Whitehead contextualizándolo al tema de la familia: vivimos para vivir en familia, para vivir bien en familia, para vivir mejor en familia. En la filosofía de Whitehead un término fundamental es el disfrute, considero que para él es de todos los sentimientos posibles el más importante de todos.
Hablando de Whitehead, alguno pensaría que me contradigo, ya que al reproducir el pensamiento de la mujer con planes de divorcio decía: “Algo que no sirve, que ya no se disfruta, mejor dejarlo morir y no prolongar la agonía”. Se ha usado la palabra disfrute en los dos contextos, pero con significados distintos; así que vale la pena explicarlo. Y por otro lado ¿Qué es eso de “para vivir bien, para vivir mejor en familia”?
En un caso el disfrute se asocia al placer y bienestar de una situación agradable. El otro se asocia al disfrute de la propia constitución.
Asociar el disfrute al placer, al bienestar y a lo agradable es la tendencia más natural y de esa asociación, parece que el insulto más grande que se pueda hacer a alguien o algo es tildarlo de aburrido: “la clase, las matemáticas… son aburridas” y no faltan pedagogos y neurocientíficos que remarcan una y otra vez la importancia de que la clase tiene que ser algo “excitante”.
Una vez un profesor me dijo que él planteaba sus clases con la estructura de anuncios de 20 segundos, puesto que los niños parece que no eran capaces de atender más tiempo. Tristemente, todo esto ha llevado a entender la motivación, como la búsqueda del “interruptor” que despierte la curiosidad del alumno. Un interruptor que es despertado siempre por algún estímulo exterior. Como si la persona fuera una máquina y hay que saber que botón apretarle. Entendido así el disfrute y la motivación no es de extrañar, que la familia, los estudios, etcétera sufran una muerte anunciada.
Whitehead asocia el disfrute a la contemplación de la propia constitución de lo que él llama la entidad actual. El autor hizo su propuesta filosófica partiendo de las matemáticas y la física cuántica. En la constitución de una entidad se da una convergencia de pasado, presente y futuro en un complejo plexo de relaciones y aparece la maravilla de que algo es constituido y el disfrute es el sentimiento de ser constituido.
Si con el permiso de Whitehead aplicamos esto al matrimonio, el disfrute del matrimonio es el sentimiento de asombro asociado al hecho de estar juntos, de estar constituido en uno de que distintas personas forman una unidad. Que yo sepa Whitehead no hizo esta aplicación a la familia, se trata de una licencia personal. El disfrute así visto es el disfrute de verse constituidos en unidad. Falta explicar lo de “vivir bien, vivir mejor en familia”. No se entiende en términos de placer o de bienestar, sino en términos de “maximizar la experiencia” (usando terminología de Whitehead); en este caso la experiencia de ser uno, de estar constituidos en unidad. Lo cual se traduce en la intensificación de las relaciones interpersonales en el interior de la familia. Para eso se viviría: para ser uno y para ser más intensamente uno. Ese es el bien y el mejor: estar cada vez más unidos.
Obviamente, no tengo nada en contra del placer, el bienestar o lo agradable. Pero el placer es más placentero, lo agradable es más agradable y el bienestar es el mejor-estar cuando se experimenta desde la unidad de la persona. Cuando el placer es solo, por ejemplo, placer del estómago, es placer, pero es poco placer si lo comparamos con el placer de comer la misma comida rodeado de amigos. Ya lo he comentado en anteriores artículos “desde lo menor nunca se alcanza lo mayor y desde lo mayor lo menor luce en todo su esplendor”.
Cuando en esta sociedad se introduce el disfrute asociado meramente al placer y al bienestar se pervierte el mismo placer. Y ese placer acaba siendo aburrido. ¡Qué paradoja! ¿Es posible aburrirse de placer? ¿existe un placer aburrido?
Una vez estaba en una sauna con un amigo, precisamente el marido de mi amiga, y entablamos una conversación con otra persona que estaba allí ocultando nuestra identidad, por el simple hecho de llevar una discreta toalla que nos cubría. Me asombró ver su cuerpo perfecto, su tableta de chocolate comparada con mi flotador. El conocido-desconocido dirigía un grupo de discotecas y decía sentirse aburrido de acostarse con tantas chicas jóvenes que se le ofrecían para trabajar. ¡Se sentía aburrido de tanto placer! Así lo reportaba él.
Uno puede aburrirse de placer, porque la persona nunca deja de ser persona y cuando el disfrute no nace del asombro de la constitución acaba siendo aburrido. Podemos disimular durante un tiempo, pero no siempre. Podemos aguantar la respiración un rato, pero luego acabamos respirando. No podemos vivir sin respirar. De la misma forma podemos entretenernos con un disfrute pobre, pero como no podemos dejar de ser personas, el disfrute pobre acaba siendo aburrido, pues la persona necesita vivir experiencias de intimidad a intimidad y no una mera relación estimular orgásmica.
En cambio, uno puede disfrutar solo en su habitación, meditando, paseando o contemplando con asombro la mera existencia; y lanzarse a maximizar esa experiencia, esto es, intensificando las relaciones interpersonales que dan lugar a nuestra existencia. Visto así, el disfrute es el mayor sentimiento.
Por cierto, mis amigos siguen juntos. Lo cual no evita que pasen por situaciones complicadas, pero saberse uno abre puertas donde la falta de placer las cierra. Aristóteles decía, “el hombre feliz nunca será desgraciado”, porque la felicidad, para Aristóteles, no es un sentimiento (que es cómo se suele tomar) sino una forma de vida que tiene sentido por sí misma, no por lo que pueda ocurrir luego, se rechaza así toda utilidad a la felicidad pues ésta no sirve “para” nada que no sea para esa forma de vivir. Algo que sirva para otra cosa y no para lo que es en sí mismo, no puede ser la felicidad. Vivimos para vivir, vivir bien, vivir mejor. Vivimos por la relación interpersonal y no puede haber otro “para” que no sea intensificar la misma experiencia de la relación interpersonal.
Ayuda a tu hijo o a tu alumno a que disfrute de su vida, no por lo que puede pasar luego, sino porque merece la pena vivir por el mero hecho de estar juntos. Disfruta tu vida.