Términos y Mentalidades. Familia

LA OPINIÓN DE. . . JOSÉ VÍCTOR ORÓN SEMPER

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Nacido en Valencia y reside en Madrid, escolapio. Doctor en Educación por la Universidad de Navarra. Licenciado en Estudios Eclesiásticos  e Ingeniero Superior de Caminos Canales y Puertos. Máster en Neurociencia y Cognición. Ha trabajado 15 años como profesor de secundaria y 6 años como investigador en el grupo Mente-Cerebro (ICS) de la Universidad de Navarra. Creo y dirige el proyecto UpToYou para la renovación de la educación e igualmente dirige el Centro SLAM Educación.

En LA OPINIÓN DE… Nos habla sobre términos y mentalidades. Familia

“¿Para qué vivir en familia si no sirve para nada?” Veamos en qué contexto surgió esta frase:

A las tres de la tarde, entre semana, las madres y algún padre llevan a sus hijos al Colegio. La rutina se repite y lo que en principio es un mero intercambio de saludos de cortesía se acaba convirtiendo en un grupo de confianza. Las madres se quedan hablando en la puerta del Colegio mientras sus hijos entran. Las conversaciones se prolongan, no mucho tiempo, pero sí lo suficiente como para permitirles contar sus cosas. Un día una madre confiesa a las demás “me voy a divorciar”. Las demás, preocupadas, le escuchan atentas, le muestran su interés y entonces, continúa la conversación: “¿Para qué vivir en familia si no sirve para nada? Cuando llegan a casa, no reconocen todo lo que he hecho por ellos; son muy desagradecidos”. Otra madre del grupo reflexiona interiormente: “Pues a mí me pasa lo mismo”. La que se va a divorciar prosigue: “incluso me gritan” y la madre reflexiva piensa: “pues a mí me pasa lo mismo. ¿No será que yo también tendría que divorciarme?”.

La madre que se va a divorciar en parte está en lo cierto, pero en parte tiene una concepción deficiente sobre el fundamento de la familia. Está en lo cierto al decir que la familia no sirve para nada, pero tiene un concepto equivocado de familia al esperar que esta tenga que servir para algo. Veamos cómo pueden explicarse semejantes afirmaciones.

Hoy en día, la utilidad es un punto de referencia claro para valorar una realidad. Una cosa es valiosa si sirve para algo que está más allá de la situación inicial. Sirve estudiar matemáticas porque permite resolver ciertos problemas. Estudiar una carrera es valioso porque luego es de esperar que ayude a encontrar un buen trabajo. Preguntar por qué se hace algo es casi sinónimo de preguntar para qué sirve lo que se hace. Entonces tendríamos que preguntarnos para qué sirve una familia. Hay muchos artículos, videos o conferencias bienintencionados que van mostrando las bondades de la familia: sirve para apoyarse mutuamente, sirve para hacer todo más fácil pues unos hacen favores a otros, sirve para ahorrar ya que, en lugar de vivir cada uno en su casa, se comparte una. La lista es muy larga, pero claro, ¿qué pasa cuando ya no se encuentra ese apoyo, o ya no se consigue ahorrar, o deja de darse cualquiera de las bondades descritas? ¿Por qué seguir juntos?

Algunos, poéticamente hablando, dicen “se acabó el amor”. ¿Qué significa eso? Obviamente hay muchas interpretaciones, pero podría significar que se acabó la experiencia subjetiva de placer que uno vivía. ¿Eso quiere decir que hay que estar con el otro en función del afecto o emoción? Si aceptáramos esa hipótesis, la familia tendría sentido en tanto en cuanto cada miembro viviera una situación emocional agradable. Los sentimientos serían pues el elemento de discernimiento para decidir si seguir o no juntos. Y si ya no se dan esos sentimientos, ¿por qué seguir juntos?

Hay países donde es frecuente que cuando el hijo, usualmente el único, acaba la universidad, los padres se divorcian. Esto ocurre por ejemplo en Corea del Sur, pues los padres pagan la mejor universidad a sus hijos, por lo que durante años tendrán que vivir fuera del país. Y vivir en un país extranjero es muy costoso. Madre y padre dedican sus fuerzas y trabajo laboral a tal empresa: pagar unos buenos estudios en un país extranjero. Cuando concluye el proyecto, se divorcian pues, si el proyecto de sacar adelante a los hijos se acaba, ¿por qué seguir juntos?

La pregunta no nos abandona: ¿por qué seguir viviendo juntos si eso ya no sirve para nada?

Una vez me hicieron una encuesta sobre la familia en la que una de las preguntas era precisamente para qué sirve una familia. Yo contesté que “para nada”. La persona que me lo estaba preguntando no salía de su asombro. “¿Para nada?”, me preguntó pidiendo confirmación. Y seguí explicando: “además, si sirviera para algo, la desvirtuaríamos y sería como ponerle la fecha de caducidad a tal unión”. Para intentar ayudar al que hacía la encuesta, intenté detallar la respuesta un poco más: “la familia no sirve para nada que no sea para vivir en familia”. Dicho de otra forma: “la familia no sirve para nada más allá de ella misma”, o bien podríamos decir, “la familia se autojustifica” pues no necesita justificar su existencia por nada exterior a ella. Otro intento de decir lo mismo sería “vivimos en familia para vivir en familia”.

El ser humano es muy inteligente y le saca utilidad a todo. Ejemplos de la creatividad y de la inventiva humana hay muchísimos, son ciertamente asombrosos y muestran la gran potencialidad humana. En tal sentido, no está mal, al contrario, está muy bien, que le saquemos utilidad a la familia. Y, aquí, la lista de utilidades de la familia puede ser enorme. Pero la familia se autojustifica a sí misma y ninguna utilidad la justifica. Es decir, una cosa es que saquemos mucha utilidad a la experiencia de vivir en familia y otra cosa es que la utilidad justifique vivir en familia.

Este principio no se aplica solo a la familia, sino a la vida en general. Una vez escuché a una persona jubilada preguntar: “¿Para qué seguir viviendo?”. Esa persona tuvo diversos cargos de importancia y dirigió diversas instituciones. Otra persona, también jubilada, le contestó: “yo vivo para vivir”. También la vida se autojustifica. Cada acto, cada momento de la vida, tiene sentido en sí mismo y no por lo que vendrá luego. Y el jubilado que vivía para vivir explicó al que no sabía para qué vivir: “para mi verte y encontrarme contigo tiene valor en sí mismo, no por lo que pasará más tarde, sino por lo que vivo ahora”. Eso no quiere decir que la relación no pueda crecer, claro que puede crecer, y cada encuentro supondrá un crecimiento. Que la vida o la familia se justifique a sí misma no quiere decir que no pueda crecer, mejorar y abrirse a la novedad. Esa novedad no es otra realidad que el propio encuentro. El encuentro interpersonal no tiene fondo pues somos intimidad. La persona está radicalmente abierta y es radicalmente libre, es decir, no agotada en su determinación. Por eso cada encuentro interpersonal es una experiencia de crecimiento de los dos que se encuentran gracias al mismo encuentro. Hablar de familia o hablar de encuentro acaba siendo lo mismo, aunque la categoría encuentro sirve para todo tipo de relaciones. Por eso, la familia se autojustifica a sí misma.

Si la justificación de la familia se pone en la utilidad o en los sentimientos, en el fondo, no viene del encuentro con el otro, sino que pasa a ser un win-win 100% egoísta: Cada uno de los miembros no vive en familia para el encuentro, sino para su propio beneficio (utilidad, afectividad emocional o sentimiento) y sigue viviendo en familia en tanto en cuanto el beneficio persiste. Se da una ayuda recíproca en el beneficio egoísta. Esto se parece más bien a un contrato lleno de cláusulas con muchos condicionantes. No se vive para el encuentro.

Y, claro, si en lugar de utilidad, hay pérdida o inconveniente; o si en lugar de sentimientos agradables, los hay desagradables, ¿para qué vivir en familia?

Aún podemos complicar un poco más la situación. Si aceptáramos la tesis de que vivir en familia no está en función de la utilidad y los sentimientos, ¿querría eso decir que, entonces, por muy inútil que fuera vivir en familia, o por muy desagradable que fuera vivir en familia, habría que seguir viviendo en familia porque la familia se autojustifica? ¿Se autojustifica cualquier tipo de convivencia?

Este problema ya lo trató Aristóteles hablando del tema de la virtud. El desarrollo de la virtud se corresponde con el proceso de crecimiento de la persona para llegar a ser plenamente lo que ya es. Por un lado, sentir placer no implica ser una persona virtuosa, pero sería difícil de aceptar que uno viviera la virtud y no viviera placenteramente ya que eso implicaría aceptar que el desarrollo de la humanidad, la virtud, podría suponer ser un desgraciado. ¿Cómo ser plenamente humano va a suponer ser un desgraciado? Si lo pasamos al tema de la familia, ¿cómo justificar que vivir en familia, que es el lugar donde más naturalmente desarrollamos nuestra humanidad, pueda suponer vivir desgraciadamente? Si fuéramos espartanos, no tendríamos problema en aceptar la desgracia, pues en el fondo no se viviría en familia para el encuentro, sino para dar cumplimiento al proyecto al que se habría dicho que sí. Sería una cuestión de coherencia, no de encuentro.

Ni la familia espartana ni la familia dirigida por el beneficio (sea cual sea la experiencia emocional afectiva) parecen una buena solución para entender la familia.

Se ve que la situación no es fácil. Si bien vivir en familia se autojustifica, y esta justificación no depende de los sentimientos, sería difícil de aceptar que algo que supone la perfección humana (vivir en familia) suponga al mismo tiempo vivir desgraciadamente. ¿Cómo resolver este dilema?

Aristóteles lo resolvió diferenciando entre el continente y el virtuoso. El continente vive en la virtud, pero no disfruta de ella. El virtuoso vive la virtud y disfruta de ella. Virtud en Aristóteles no es un estado de madurez alcanzado por alguien como si fuera un gurú o un iluminado, ni es un estado logrado, sino que es una dinámica, una forma procesual de ser. Aristóteles formula esto en relación con el proceso virtuoso de una persona, pero ¿cómo podríamos usar esto para la familia? Los sentimientos son vistos como indicadores de la situación en que uno se encuentra, si continente o si virtuoso propiamente. En la familia, podríamos hacer lo mismo.

La situación emocional, o la situación de egoísmo donde nada se comparte o se comparte bajo condición del win win (que como ya he dicho es algo 100% egoísta y utilitarista), serán indicadores de que algo está pasando. Las emociones nos informan de la situación en la que nos encontramos. En tal caso las emociones no son instancias para discernir qué hacer (si seguir en familia o no) sino para preguntarse qué nos está pasando. Y esto se puede hacer tanto si los sentimientos son agradables como desagradables.

Ciertamente, esa madre que se quería divorciar tenía que preguntarse algo, pero la pregunta adecuada no es la de me divorcio o no, o, dicho de otra forma, la de qué hago, sino que la pregunta a hacerse tendría que haber sido: “¿Qué nos está pasando?”.

Las emociones hay que investigarlas. Estudiar las emociones es explicar por qué se vive de una forma concreta y, por esa razón, su estudio lleva al autoconocimiento. Cuando uno crece en el autoconocimiento, descubre la complejidad de su vida y descubre que tiene muchas tareas pendientes que remiten a relaciones personales que sanar. Tras el conocer, procede el decidir: ¿qué haré para mejorar las relaciones interpersonales que descubro dañadas? La familia es el ámbito idóneo para este proceso. Vivir en familia es la mejor forma de ser persona. Disfruta de tu familia. Así pues, volviendo a la pregunta inicial, habría que preguntarse: “Y tú, ¿para qué vives en familia?”

Educacion.press

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