¿Quién está en condiciones de tomar decisiones sobre la educación de nuestra juventud? ¿Los políticos, los padres, los científicos, los pedagogos…?
Una vez más, ha quedado claro que nuestro deporte nacional es ‘marear la perdiz’. Los lectores de esta sección saben hasta qué punto, con la ayuda de El Confidencial, hemos intentado facilitar un pacto educativo, desde un primer artículo («El pacto educativo en El Confidencial»). El mismo equipo que elaboró el ‘Libro blanco de la profesión docente’ redactó unos ‘Papeles para un pacto educativo’, con la ayuda de la Universidad Antonio de Nebrija, que pueden encontrar en internet.
Nuestro propósito era facilitar la información más completa y objetiva posible a las fuerzas políticas que debían formalizar dicho pacto. Incluíamos la historia de los intentos fracasados, los temas conflictivos, los ya establecidos en otras naciones, las propuestas hechas en España por distintos colectivos e instituciones (comunidades autónomas, Colectivo Lorenzo Luzuriaga, Foro de Sevilla, Sindicatos ANPE, FSIE, FETE-UGT, Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España, Asociaciones de Padres y Madres, las Asociaciones de Centros de Enseñanza, propuestas de los distintos partidos políticos en sus programas electorales, etc.). Defendía que era necesario firmar una ‘hoja de ruta para un pacto educativo’ antes de las elecciones, cuando todos los partidos tenían que salvar la cara ante la sociedad. Por un momento, creí que lo conseguiríamos, gracias, entre otras cosas, al esfuerzo organizador de Manuel Campo Vidal.
Aquello no cuajó y, después de las elecciones, se creó una subcomisión del Congreso. Desde el principio, pensé que era una equivocación metodológica. Tenía la convicción de que en algún momento cualquiera de los partidos se levantaría de la mesa. No sabía cuál sería, ni por qué motivo. Reconozco que la razón del PSOE es de peso. No se puede tener un sistema educativo de alto rendimiento con un presupuesto menor del 5% del PIB.
Las tensiones no se solucionarán si no se separan las posiciones ideológicas de un tratamiento crítico
Mi desconfianza era hacia el sistema de ‘comparecencias’, que me parece un subproducto demagógico. Una alergia a leer y a estudiar documentos. Durante una comparecencia no se pueden tratar temas complejos. Por eso, no asegura ningún progreso intelectual. Por eso, cuando me invitaron, decliné la invitación y volví a enviarles el laborioso documento que habíamos redactado.
Modelos enfrentados
A lo largo de los años, se han ido consolidando en España dos modelos enfrentados (a los que llamaré ‘progresista’ y ‘conservador’) que se han caricaturizado mutuamente hasta el maniqueísmo, falseándose y haciendo difícil el diálogo para resolver las siguientes tensiones:
1.- Tensión entre calidad y equidad. Aquella se identifica con modelos conservadores, y esta con progresistas.
2.- Tensión entre modelo inclusivo/comprensivo (progresista) y modelo diferenciado (conservador).
3.- Tensión entre las competencias educativas del Estado (progresista) y los derechos de las familias (conservador).
4.- Tensión entre una idea laica de la escuela (progresista) y el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos (conservador).
5.- Tensión entre la gestión social (conservador) y la gestión estatal del sistema educativo (progresista).
6.- Tensión entre el currículo nacional (conservador) y las competencias educativas de las comunidades autónomas (progresista).
7.- Tensión entre el respeto a la autonomía de los centros (conservador) y el control de la Administración (progresista).
8.- Tensión entre la participación democrática en la gestión de los centros educativos (progresista) y la profesionalización de la dirección (conservador).
No habrá mejora de la escuela hasta que durante unos meses no aparezca la educación en el primer lugar de las preocupaciones ciudadanas
Hay, sin duda, otros problemas esenciales: financiación, formación de los docentes, currículos, destrezas para el siglo XXI, que solo pueden abordarse después de haber resuelto las tensiones previas.
Las tensiones no se solucionarán si no se separan las posiciones ideológicas de un tratamiento crítico. Ya sé que muchos partidos defienden que es imposible no tener posiciones ideológicas en temas políticos. Y que los que se enfrentan a la ideologización lo hacen en nombre de una tecnocracia. Creo que esta puede ser una postura tan ideológica como la que se reconoce como tal.
Por ‘ideología’ se entiende una filosofía sectaria —que acaba funcionando como un “discurso de control social”— que (1) obedece a los intereses y al egoísmo grupal de sus postulantes, no a una búsqueda del bien común, (2) posee un conjunto de soluciones fijas y preestablecidas para los problemas sociales, (3) es dogmática, planteando premisas normativas irrefutables, que no pueden ser comprobadas, (4) se acompaña de proselitismo, propaganda y, en grados extremos, de adoctrinamiento, y (5) nunca reconoce su responsabilidad sino que se la endosa a otros.
¿No hay entonces solución?
En ‘El bosque pedagógico’, después de una revisión minuciosa (y bastante agotadora) de las principales propuestas sobre quién aprende, cómo aprende, qué se debe aprender, dónde se debe hacer, quién debe enseñar y cómo se debe hacerlo, llegué a una conclusión. La pregunta esencial en un momento crítico, en el que una aceleración vertiginosa de los cambios sociales exige una adecuada respuesta educativa, es ¿quién está en condiciones de tomar decisiones sobre la educación de nuestra juventud? ¿Los políticos, los padres, los científicos, los pedagogos, los psicólogos, los empresarios, los sociólogos, los economistas, los sacerdotes?
No se puede tener un buen sistema educativo con un presupuesto menor al 5% del PIB
Ninguno de ellos tiene un conocimiento lo suficientemente amplio y profundo para tomar esas decisiones. Necesitamos un conocimiento de nivel superior. Ya lo había defendido aquí. Al no tener nombre para esa ciencia, la he denominado Filosofía de la educación. Debe conocer lo que se está haciendo, las diferentes posturas, y justificar en cada caso por qué una decisión es mejor que otra.
Supone una clarificación de los conceptos, y de los criterios de evaluación, una crítica de los argumentos, un conocimiento amplio, y la actitud de estar dispuesto a aprender de todo el mundo. De nuevo, la Filosofía, tal como la entiendo, se convierte en un servicio público. La sociedad debe conocer sus argumentos, para saber lo que debe exigir a los políticos. Sigo pensando que no habrá mejora de la escuela hasta que durante unos meses no aparezca la educación en el primer lugar de las preocupaciones ciudadanas en las encuestas del CIS.