Desde hace ya varios años se registran profundos cambios sociales, económicos y culturales que venían afectado a todo el sistema universitario, tanto en su dimensión como principal productor de ciencia, tecnología y cultura, como en su vocación formativa y de capacitación profesional. La pandemia y el conjunto de medidas de toda índole y naturaleza ideadas y puestas en práctica para enfrentarla simplemente han actuado como acelerante de un proceso que ya estaba en marcha.
La Universidad —es decir, la idea de una institución consagrada a la creación y transferencia del conocimiento— se encuentra ante una especial coyuntura en la que se juega su propia subsistencia.
En este sentido, resulta prioritario insistir y poner el foco en aquello que representa nuestra razón de ser: los y las estudiantes de la universidad española. Las necesidades a las que hemos debido de hacer frente en las universidades han variado notablemente en la última década y las posibilidades que las nuevas tecnologías incorporan a nuestro quehacer académico han generado demandas anteriormente desconocidas y en algunos casos incluso inesperadas.
Desde esta perspectiva, debemos adaptar el sistema universitario a las necesidades docentes de los y las estudiantes, y no realizar un proceso inverso. La innovación docente juega un papel decisivo en este proceso; pero también los valores de igualdad, inclusión y participación.
La homogeneización, utópica en muchas ocasiones e inviable en el sistema actual, ya no es una opción. La Universidad debe ser una institución inclusiva, que integra la diversidad y consigue la igualdad de oportunidades entre todos sus miembros y ofrece un modelo docente que garantiza la satisfacción de las necesidades de educación superior de la sociedad compleja característica del siglo XXI.
Para ello es preciso el compromiso, la colaboración, la cooperación y la convicción de todos los profesionales que conforman las universidades. La Universidad tiene la responsabilidad de ser motor e impulso de cultura y conocimiento, pero también es instrumento de transmisión de valores como la tolerancia, el respeto, la diversidad y la integración.
Todo ello requiere un trabajo conjunto de todas las organizaciones e instituciones, ya que sin la colaboración de todos los agentes implicados no es posible garantizar una formación integral de nuestros y nuestras estudiantes.
Apoyo a la internacionalización
Por otra parte, resulta especialmente necesario el apoyo a la internacionalización y el fomento de la movilidad nacional e internacional de nuestros estudiantes. Una ciudadanía crítica precisa de herramientas que le ayuden a entender e interpretar el mundo de forma adecuada. La riqueza cultural que aporta al estudiantado –y al profesorado, naturalmente– la experiencia de la internacionalización y la movilidad, dentro y fuera de nuestras fronteras, fomenta la participación activa en el entorno universitario y una mayor implicación con la formación integral de las personas que conformamos las universidades.
La gestión de las universidades españolas ha de contemplar un escenario en el que muchos de los postulados asentados durante decenios ya no son válidos, y ello vale también, y muy especialmente, respecto de la participación y representación estudiantil, cada día más cerca de los órganos de gobierno y más comprometida con el diálogo y el acuerdo. Como las demás instancias representativas universitarias, también la que en el ámbito de su autonomía protagonizan nuestros estudiantes necesita del refuerzo diario –diríase que de la legitimación permanente– que le proporciona la cada vez mayor presencia entre el estudiantado y su reconocida capacidad de interlocución.
Desde otro punto de vista, es preciso que todos los agentes concernidos en la Educación Superior formen parte del necesario cambio de marco educativo y la implicación de cada uno de los organismos desde su ámbito es crucial para impulsar un cambio de modelo que contemple los aspectos mencionados con anterioridad. El progreso solo es posible gracias a la unión de todos los estamentos y organismos, ya sea desde el ámbito educativo en sentido estricto, como, más ampliamente, desde los ámbitos empresarial, político o institucional.
Es lo que defiende el modelo Universidad 2030 impulsado por CRUE Universidades Españolas y que integra internacionalización, inclusión, formación multidisciplinar y transversal, orientación académica y participación estudiantil al servicio de una reforma docente que considera la demanda de cada uno de estos factores en las universidades españolas.
Nuestras universidades deben estar preparadas para formar a personas que no sólo adquieren conocimientos técnico-científicos, sino que buscan un desarrollo competencial amplio que les capacite profesionalmente para un mercado laboral altamente competitivo y exigente y les forme de manera integral para desenvolverse como ciudadanos informados y responsables en un mundo en permanente transformación.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.