Debido a múltiples afecciones, como la parálisis cerebral o ciertas enfermedades raras, hay muchos niños que no pueden acceder a los centros escolares al uso, y deben acudir a los llamados de educación especial. Sólo en España hay más de 106.000 niños en edad escolar, entre 6 y 15 años, que presentan algún tipo de discapacidad relacionada con la comunicación e interacción. Y otro dato más, uno de cada 500 niños que nacen tienen parálisis cerebral.
Estos niños, en la mayor parte de las ocasiones, no tienen afectadas sus capacidades intelectuales, sino las motoras. Sin embargo, por su condición se ven relegados de la sociedad y privados de una infancia y una educación como los demás, cuando simplemente gracias a un comunicador podrían estar escolarizados con normalidad.
En nuestro país, pese a que desde el 2019 los lectores oculares que permiten a estos niños comunicarse con su entorno están al 100% subvencionados por la sanidad pública, muchos médicos aún no los pueden prescribir a las familias que lo necesitan. ¿Por qué? Pues básicamente porque por un tema u otro, las licitaciones que lo hacen posible están paralizadas, sin concederse. Así, miles de familias están en un limbo y se les está negando un derecho fundamental: el de la comunicación.
Este derecho va más allá pues les permite, como comentaba, escolarizarse en un centro reglado. Hoy por hoy, gracias a la tecnología, una escuela más inclusiva es posible. Una escuela donde los niños, con discapacidad o sin ella, convivan y aprendan como iguales porque, en realidad, lo son.
La tecnología puede eliminar esas barreras circunstanciales que, hasta ahora, suponían una diferencia. La escuela inclusiva puede ser una realidad para el sistema educativo comprometido con nuestro tiempo. Sólo en España hay más de 4 millones de personas con algún tipo de discapacidad. Por ello, fomentar la inclusividad desde la escuela es un asunto que toda la sociedad debe implantar, ya que es el comienzo para normalizar e integrar de manera real a todas las personas, discapacitadas o no. Y es que no se trata de una estrategia para “colocar” a personas en los sistemas y estructuras sociales, se trata de cambiar éstos para hacerlos mejores para todos.
La educación sólo es inclusiva si los niños con discapacidad van a clase con otros niños que no la tengan. De esta forma se percibe -y se vive- como algo normal, algo que llevarán consigo durante el resto de su vida y permitirá que esos niños con discapacidad se conviertan en ciudadanos de pleno derecho, no en cargas para el sistema, dependientes y autónomos laboral y socialmente. No verán como algo raro que un compañero de clase necesite de un dispositivo tecnológico para comunicarse o de un apoyo para su movilidad. Y esto no significa que los centros de educación especial deban cerrarse, pues son una pieza fundamental. Pero en muchos casos, como pudiera ser con la parálisis cerebral, síndrome de Rett u otras enfermedades raras, los niños únicamente tienen afectadas sus funciones motoras y no pueden recurrir al habla para comunicarse, pero intelectualmente están plenamente capacitados para seguir la educación reglada. Así, los dispositivos de eye tracking, que ya están 100% subvencionados por la sanidad pública, ofrecen una comunicación asistida a través de la cual se controla un dispositivo como un ordenador o una tablet con la mirada para comunicarse gracias a un programa.
Pero, para poder conseguir una inclusión total, es necesario que tanto los profesores como los centros estén formados y equipados, no sólo tecnológicamente sino con las habilidades y el conocimiento para tratar a un niño que utiliza diferentes medios tecnológicos para estudiar o comunicarse. El profesor y el centro tendrán que adaptarse igual que se hace con un niño extranjero hasta que éste aprende el idioma.
Esto no es ciencia ficción, es una realidad. De hecho, en nuestro país, ya existen diferentes casos de éxito de niños utilizando estos dispositivos que están escolarizados en escolares no especiales, estudiando y haciendo sus exámenes como cualquier otro. Si bien, hoy por hoy, son casos excepcionales cuando debería ser la norma no sólo por la integración real de los niños con discapacidad, sino porque es algo positivo para todos. El derecho a la comunicación figura entre los derechos humanos fundamentales, y no podemos negárselo. Hoy ya no, porque la tecnología lo ha hecho posible.
Tengo la fuerte convicción de que la discapacidad motora no tiene por qué ser un obstáculo para que los niños puedan llevar una vida lo más normal posible. Es por ello por lo que creo que es imprescindible la inclusión desde la infancia en la educación y así darles a estas personas oportunidades equitativas desde el inicio de su vida. Y a través de la tecnología, se puede proporcionar a estos pequeños enfermos un incremento de calidad de vida. Realmente una buena implementación de determinadas tecnologías cambia de forma radical la relación del afectado con el mundo educativo, el manejo de las actividades básicas diarias y en ocasiones con el control de la afección. En el caso concreto de los niños, la tecnología les puede permitir movilidad, comunicarse, socializar y jugar… les cambia la vida.
Pero también porque la inversión en este tipo de proyectos tecnológicos hace a las personas más autónomas pese a su condición física, y todo esto, en definitiva, sólo puede beneficiar a la sociedad.