Por Antonio Barbeito, fundador de mundoestudiante y presidente de ASCADE
El sistema educativo español vuelve a estar en el punto de mira. Tras los nefastos resultados del informe PISA o el estudio TIMSS, ahora llega la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que, una vez más, pone en entredicho el nivel de los estudiantes españoles y, además, confirma que esta situación no es nueva, sino que se trata de un problema crónico que arrastramos desde hace más de una década. Los datos son preocupantes: mientras los titulados universitarios o de Formación Profesional Superior en España apenas igualan, o superan por poco, las competencias básicas de los bachilleres en países como Finlandia o Japón, un tercio de nuestra población sigue luchando con habilidades elementales como la lectura, las matemáticas o la resolución de problemas. Pero, ¿somos realmente conscientes de la gravedad de esta situación?
Al analizar el sistema educativo actual queda patente que el nivel ha ido descendiendo de manera constante en los últimos 10 años. Mientras tanto, las notas parecen inflarse cada vez más y vemos cómo los alumnos pasan de curso sin haber alcanzado los estándares mínimos, lo que agrava aún más esta situación. Aunque la intención sea evitar estigmatizar o desmotivar a los jóvenes, esta práctica solo perpetúa las carencias formativas y complica su progreso en algunas materias, especialmente en matemáticas y ciencias.
Esto se ve agravado por el conocido ‘efecto remolque’, mientras los estudiantes más avanzados marcan el ritmo de la clase, la mayoría se queda atrás. Al no consolidar los conocimientos fundamentales en los cursos previos, los estudiantes continúan quedando rezagados y no son capaces de llegar a los niveles necesarios, mientras que unos pocos marcan el ritmo. Este desequilibrio crea un efecto acumulativo que no solo impacta en el rendimiento individual, sino también en el nivel general de las clases, dificultando la labor de los docentes, quienes deben gestionar aulas con estudiantes de niveles muy diferentes.
Por eso, es crucial dejar atrás los métodos tradicionales de enseñanza y centrarse en un modelo educativo adaptado a las necesidades de cada estudiante. Esta aproximación no solo mejora el proceso de aprendizaje, sino que también fomenta la motivación de los alumnos, ya que les permite progresar a su propio ritmo y afianzar los conocimientos, en lugar de sentirse agobiados o marginados.
Otra de las causas de los bajos niveles que presentan los alumnos españoles es la distracción provocada por el uso excesivo de las pantallas. Esto afecta de forma negativa a las habilidades esenciales como la concentración y el cálculo mental. Los dispositivos móviles han dejado de ser una herramienta de entretenimiento para ocupar un lugar central en la vida de los jóvenes, aumentando de forma exponencial el tiempo que los utilizan a diario, desvirtuando su capacidad para enfocarse en tareas académicas. El uso excesivo interfiere directamente en su destreza matemática, la resolución de problemas y la memoria a corto plazo. Esto se debe a la constante interrupción que generan las notificaciones y el cambio frecuente de tareas, lo que reduce la capacidad del cerebro para enfocarse de manera efectiva en una sola actividad.
En conclusión, es fundamental poner el foco en la necesidad urgente de revertir las estadísticas educativas si no queremos ver a España en la cola de Europa. La preparación de nuestros jóvenes es el motor del progreso social y económico, y si seguimos permitiendo que crezcan con una formación insuficiente, el impacto negativo no solo afectará su futuro, sino que tendrá consecuencias directas para toda la sociedad. Sin una educación sólida y adaptada a los tiempos, no solo nos arriesgamos a perder competitividad, sino también a frenar el desarrollo de una generación capaz de afrontar los desafíos del siglo XXI. La falta de preparación de nuestros jóvenes limita su potencial y, con ello, la capacidad del país para avanzar.