El arte actúa como un espejo de nuestra realidad interior y la sociedad en que vivimos. Cuando la verdad permanece elusiva, las obras artísticas la atrapan para presentarla sin doblez ni disfraz. Entrar en un museo es como entrar en una galería de espejos: cada obra presenta un reflejo de la naturaleza humana, atemporal y universal; a la vez que contingente, mostrando el pensamiento y modus vivendi de otras épocas.
Los museos constituyen, quizá más que nunca, espacios educativos de primer orden que permiten conectar lo particular con lo general, la experiencia individual con la colectiva, para así lograr extraer sentido a la existencia humana. En un mundo cada vez más complejo y contradictorio, tanto a nivel filosófico, económico y político como social, estas instituciones se alzan como espacios de reflexión y aprehensión.
El problema más acuciante en la actualidad, al menos en España, no es el acceso a la educación, sino despertar el interés por ella.
Por un lado, el triunfo del paradigma posmoderno, que niega el conocimiento objetivo y aboga por la relatividad de la verdad y la primacía de la experiencia subjetiva, ha dejado al individuo sin brújula epistemológica ni moral. La cultura que predomina es la de las emociones, que promueve la búsqueda frenética por la autenticidad personal, y sustituye los valores tradicionales por el cinismo, la ironía o el entretenimiento.
A nivel político, la extremada polarización, junto con el sesgo de los medios de comunicación y la proliferación de los “fake news”, ha hecho que resulte difícil diferenciar entre la veracidad objetiva y la información basada en los sondeos de opinión, provocando confusión y escepticismo.
A su vez, el estilo de vida contemporáneo, marcado por la dependencia tecnológica, el “fast-living” y la importancia de las opiniones del “otro”, ha dado lugar a fenómenos como la ‘cultura de la cancelación’, el hedonismo, o el temor a la vulnerabilidad, algo que se une al incremento exponencial de problemas mentales tales como la ansiedad o la depresión, sobre todo entre los más jóvenes.
Todo esto se ha visto aderezado en los últimos años por una crisis de salud mundial, inestabilidad económica, y conflictos bélicos al umbral de nuestra puerta. Por esta razón, la sociedad requiere, de manera más acuciante, espacios donde poder suspender el tiempo, desarrollar el pensamiento crítico y establecer relaciones de significado más profundas.
De este modo, abogar por que los museos se reconozcan como instituciones necesarias para la educación integral del alumno no es una ilusión vacua de algunos entusiastas del campo. El aprendizaje significativo se produce cuando se conecta el conocimiento teórico disciplinar con la experiencia vital. Sin embargo, a día de hoy, las posibilidades educativas que ofrecen los museos siguen en buena medida desaprovechadas para niños y adolescentes, en particular para estos últimos. Los adolescentes continúan siendo el gran público olvidado, cuando son los que más pueden beneficiarse de estos espacios.
El mayor obstáculo para el óptimo aprovechamiento de los museos a nivel educativo es la falta de comunicación entre museos y centros de enseñanza. En el mejor de los casos, si se realizan visitas escolares, estas resultan aisladas y no engarzan con la programación docente del centro. Esto resulta en una mera experiencia semi-lúdica que no tiene mayor significancia en el aprendizaje.
Por otro lado, los museos tampoco cumplen con su misión educativa como debieran en muchas ocasiones. Esto ocurre porque priorizan las colecciones y no el público al que sirven. En lugar de adoptar el enfoque constructivista y emplazar la atención en el aprendizaje activo, conectando las colecciones con temas de actualidad y experiencias de los visitantes, se centran en cuestiones técnicas e históricas cerradas, lo que resulta en tours tediosos y actividades desprovistas de significado.
Se hace, pues, urgente que se desarrollen programas conjuntos entre museos y centros de enseñanza que conecten las disciplinas con la realidad que viven los jóvenes. Por ejemplo, las figuras femeninas de los obras de Rubens reflejan el modelo de belleza de la época, el cual, a su vez, es una expresión de los valores de ese momento y lugar. Esto encuentra su equivalente en el modelo de belleza actual entronizado por el clan de las Kardashian, el cual es una combinación de rasgos procedentes de diferentes razas, y que evidencia los valores culturales del momento.
Los programas educativos en colaboración deben promover el aprendizaje profundo, permitiendo que los alumnos creen relaciones de significado que les permitan entender mejor, no solo la disciplina que estudian en las aulas, sino también la sociedad en la que viven y aquello que constituye la experiencia humana. Ya sea la disciplina de Historia, Arte, Ciencias Sociales, o Física, los museos ofrecen la oportunidad de conectarlas con las preguntas mayores enunciadas por Paul Gauguin en su obra de título: “¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?”. A la cual se une: ¿Cómo hemos cambiado?
El problema más acuciante en la actualidad, al menos en España, no es el acceso a la educación, sino despertar el interés por ella. Para que esto ocurra, debe resultar relevante y de valor, lo cual depende de los docentes y las instituciones educativas y culturales. Establecer redes de colaboración es el primer paso para que los museos alcancen su máximo potencial como compases náuticos en un mar de incertidumbre.