Los procesos evaluativos deben considerar el cariño como herramienta

Mis más de 25 años de experiencia como docente en varios ámbitos educativos y habiendo tenido la oportunidad de trabajar con familias y profesionales en varias partes del mundo, han sido el trampolín que me ha lanzado en direcciones extraordinarias.

Como investigadora en el mundo de la filosofía y las ciencias sociales, he aprendido a valorar e interpretar algunos de los procesos evaluativos que ocurren día a día en aulas de Educación Infantil en el Reino Unido.

De la mano de Don Quijote y Sancho Panza y a través de las palabras de Miguel de Unamuno, me encuentro recorriendo un camino en el que el cariño reina a cada paso.
Alicia Blanco-Bayo

De la mano de Don Quijote y Sancho Panza y a través de las palabras de Miguel de Unamuno, me encuentro recorriendo un camino en el que el cariño reina a cada paso.

Durante la era de la innovación y los modernismos que nos hacen encajar en categorías predeterminadas, las expresiones de cariño dentro del aula parecen haber pasado a segunda línea. El trayecto en el que acompañamos a cada niño/a como educadores, se ha acomplejado por las demandas sociales que hemos creado a raíz del neoliberalismo mundial.

Pasemos a analizar el significado de cariño como la pedagogía evaluativa que es lo que intento promover con mi trabajo.

Utilizo la palabra cariño para describir la intensidad de los lazos de afecto y amor que ocurren de modo espontáneo, y sin preparación alguna, entre docentes y niños/as. A partir de ahí yo pregunto, ¿Exactamente cómo se le encuentra sentido al cariño en entornos en los que nos intentan convencer de que cada niño/a debe encajar en las categorías ya definidas según las expectativas académicas diseñadas por departamentos gubernamentales? ¿Aparecen en documentación gubernamental detalles sobre el uso de cariño como vehículo en el ciclo en el que la enseñanza y el aprendizaje se evalúan continuamente? ¿Nos asusta un poco tal vez el término y por eso no conversamos lo suficiente sobre lo emotivo en entornos en los que se nos dicta el contenido a enseñar y como enseñarlo? Sugiero que como docentes nos centremos en compartir cariño mientras valoramos y encontramos sentido a las respuestas emocionales que observamos en cada niño/a.

El cariño en el contexto educativo es más que una expresión emotiva, significa la intensidad del afecto que se desarrolla espontáneamente en un entorno en el que todo importa. La intensidad de las relaciones que se crean de modo incondicional entre el educador/a y el niño/a deberían ser la base pedagógica SIEMPRE. Al fin y al cabo, lo inmedible tiene un peso incalculable que deja la mayor huella en el corazón, y si reflexionamos es aquello que nos llega al corazón de lo que más aprendemos. ¿A caso podemos medir cuanto cariño entregamos y recibimos? Lo que medimos es la gratificación emocional que sentimos y como afrontamos el día a día cuando nos sentimos amados.

En el aula el cariño está presente a cada momento y es cuando permitimos que fluya, que algo realmente increíble ocurre. Los que como yo nos dedicamos a estudiar las pedagogías relacionales, hemos aprendido a dar sentido a las conexiones que ocurren de un modo espontáneo. Yo misma, como docente primero y actualmente como investigadora y profesora universitaria, prácticamente sin darme cuenta, me encuentro expresando cariño hacia mis alumnos/as habitualmente. En un mundo en el que seguimos buscando modelos educativos que promuevan la innovación, yo sugiero que reflexionemos y recurramos a la humildad de corazón y el respeto por las cualidades individuales. Tal y como Miguel de Unamuno ya mencionaba en 1902 en su libro Amor y Pedagogía, somos capaces de demostrar nuestras más valiosas habilidades mientras amamos y estamos abiertos a recibir amor.

Mis más de 25 años de experiencia como docente en varios ámbitos educativos y habiendo tenido la oportunidad de trabajar con familias y profesionales en varias partes del mundo, han sido el trampolín que me ha lanzado en direcciones extraordinarias.
Alicia Blanco-Bayo

Imaginemos este proceso recíproco de intercambio de cariño durante una evaluación rutinaria de las que llevamos a cabo en nuestras aulas de modo habitual. En mi investigación Doctoral (Blanco-Bayo, 2022) describo la evolución del ciclo CASEC, un modelo evaluativo basado en la observación gradual en la que el cariño es el vehículo que valora las competencias emocionales. La observación en sí es una estrategia comúnmente utilizada en entornos de Educación Infantil alrededor del mundo. Así que con este modelo intento enfatizar que es posible evaluar sin estandarizar objetivos a conseguir, sino todo lo contrario. Partiendo de la base en la que se valoran las habilidades sociales y emocionales de cada niño/a, el docente entrega cariño mientras apoya a cada niño/a durante el desarrollo de las competencias emocionales. Mis conversaciones con educadores infantiles en el Reino Unido ofrecen datos que afirman que la aplicación del cariño como la pedagogía evaluativa funciona, y se centra en valorar las habilidades de cada niño/a.  Además de facilitar que cada niño/a florezca emocionalmente, promueve un tipo de activismo silencioso e implícito, que ocurre dentro del aula y causa impacto directo en el alumno y el entorno educativo. ¿No creéis que nuestro único objetivo debería ser el centrarnos en apreciar la individualidad de cada niño/a?

Este ciclo permite al educador identificar, valorar y dar sentido a los comportamientos con los que el niño/a intenta comunicarse. La parte más interesante de este proceso evaluativo fue el averiguar que en varias aulas en el Reino Unido, cariño (con su significado español y sin traducción literal) era la herramienta espontánea que daba significado a la evaluación. Para contextualizar un poco la importancia del cariño, es necesario explicar que, si traducimos la palabra cariño, tal vez perdamos el valor de la intensidad que la cultura hispana le da al significado. Ahí es donde intento explicar que, en cualquier contexto, ya sea entre personas de habla hispana o no, el cariño como tal, puede y debería ser pedagogía.   

Para simplificar un poco y así aplicar todo este análisis filosófico, diría que cualquier proceso evaluativo, cuando se centra en responder con cariño nos ofrece la oportunidad de observar lo más extraordinario de cada niño/a, y eso jamás lo podremos hacer utilizando métodos que estandarizan las habilidades a conseguir.

Al fin y al cabo, tal y como Diaz Marchant (1999; p.175) decía: “Educar exige querer bien a los educandos: esto significa que la afectividad no debe asustar y por tanto no debe haber miedo de expresarla. Ella juega un rol vital ante la necesidad de instaurar relaciones plenas de apoyo a la labor del educador”.

Tal vez el primer paso sea el permitirnos expresar y recibir cariño como educadores.

Educacion.press

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