Comienza un nuevo curso, todos emprendemos una nueva aventura, un nuevo reto, nosotros los maestros y sobre todo los alumnos.
Cuando empezamos a trabajar con un grupo nuevo, vamos conociendo las características de esas personas que van a ser nuestros alumnos durante un curso o dos. Entonces descubrimos sus caracteres, sus gustos, las características personales, letra, forma de leer, forma de expresarse, conocimientos básicos sobre los diversos temas, aficiones, y también a sus familiares y las personas con las que pasan los días.
Vemos alumnos con vidas más difíciles que otros, estados del ánimos alterados, socialmente menos hábiles o desenvueltos. En el descubrimiento de una persona, sea alumna tuya o no, cuentas con una complejidad infinita: ánimo, relaciones, gustos, costumbres, ideas, emociones, angustias, complejos, potencialidades. Pronto podemos darnos cuenta de que hay muchos alumnos con muchas capacidades.
En un colegio medio de barrio de ciudad española hoy por hoy, una gran mayoría valen para varias facetas vitales, comprenden los contenidos, tienen disposición para hacer actividades, leen, conviven con felicidad con sus familiares, hacen deporte, estudian música o viven motivados por aficiones que les hacen disfrutar.
Pero hay otras personas que no. En algunas ocasiones, los maestros nos encontramos con algún alumno que se expresa con dificultad, tiene una letra incomprensible, sus estados de ánimo (bajones, inquietud, agresividad) no son los que esperamos en niños y niñas. Estos estudiantes tienen dificultades para concentrarse, para empezar una tarea y acabarla, para comprender contendidos que el resto de la clase sí va integrando. Nosotros, los maestros, vamos descubriendo los alumnos y alumnas que van a suponer un reto, cuyos aprendizajes no nos van a venir regalados, como sí va a ocurrir con ese otro grupo de alumnado del que, cotidianamente, decimos que “funciona solo”. También decimos a veces “estos alumnos aprenden a pesar de los profesores”.
Personalmente para mí es un honor poder optar a una clase o grupo en la que exista algún reto, en la que es necesario aprender junto con los alumnos y ayudarles a conseguir algo que, en muchas ocasiones les va a costar un esfuerzo extra.
Hay alumnos que son brillantes y que nos dan mucha satisfacción. Son alumnos que da igual el maestro que les toque, la clase, los compañeros…, porque ellos casi sin esfuerzo aprenden, hacen trabajos estupendos, cumplen con las normas del centro, tienen en casa, por lo general, familiares que les ayudan, que se comunican con gran cordialidad con los tutores, y que obtienen unos resultados muy positivos.
EL ALUMNADO QUE SUPONE UN RETO PARA EL PROFESOR
Pero hablemos del alumnado con problemas. Hablemos del alumnado con problemas vitales, como pertenecer a familias que no les dan un apoyo afectivo, una compañía cordial, una ayuda en los estudios. Hablemos del alumnado que tiene un temperamento inquieto, con dificultades para concentrarse, para tranquilizarse, para tener relaciones cordiales; el alumnado que no va a realizar las tareas porque no le motivan o porque los familiares no van a intentar motivarles o ayudarles, tienen una distancia de conocimientos o de capacidades respecto al grueso de sus compañeros de grupo. Hablemos del alumnado con diagnósticos psicológicos o psiquiátricos que les suponen obstáculos para desenvolverse en todo aquello que la escuela va a exigirles.
Pues bien: estos casos son los que nos van a demostrar si el profesor o la profesora vale más o menos; aquí encontramos el verdadero baremo para evaluar a los maestros.
Medimos nuestro éxito según los resultados de los alumnos que más nos necesitan
Si todos trabajamos con alumnado que va a funcionar óptimamente, pues nuestro trabajo no necesita mucha formación ni esfuerzo. Pero el trabajo del maestro no es dedicarse a los que ya van a llegar lejos hagamos o no hagamos mucho por ellos. Nuestro trabajo vive y reside en responder, inventar, dedicarse y tener logros con el alumnado que nos presenta un reto.
El espíritu del educador está en la motivación por conseguir resultados, cambios, felicidad, mejoras, en el alumnado que más lo necesita, en las personas con problemas psicológicos o vitales, con dificultades para las operaciones mentales, para la gestión de la emocionalidad, en las personas con familias que no les benefician.
Obtener después resultados buenos con estas personas será muchísimo más grato que obtenerlos con lo que iban a conseguirlos hicieras o que hicieras.
Ni las leyes, ni las teorías, ni las carreras alejadas de las aulas reales, tendrán más poder que la actitud vocacional del tutor y tutora de cada aula.
Aquellos educadores que se vuelcan en esos alumnos que no llegan, que sufren, que se deprimen, que se sienten diferentes, despreciados, que se desprecian a sí mismos, son los que necesitamos, siempre por encima de las leyes y los salarios y los recursos materiales.
No podemos obviar que es más difícil trabajar con estos alumnos y con sus familiares. Te cansas más. Inventamos estrategias, creamos actividades adaptadas, nos comunicamos con los psicólogos y los asistentes sociales, con los compañeros, y especialmente con las personas de su entorno cotidiano, empezando por los familiares. Inventamos proyectos de innovación para no quemarnos con los métodos de trabajo tradicionales y caducos (deberes, exámenes, calificaciones competitivas, desprecios y vuelta a empezar). Y, cuando comienzan a verse las mejoras, primero tenues y pasajeras, después progresivamente más llamativas, en los aprendizajes, en las actitudes, en el ánimo, en la valoración sobre sí mismos, entonces los maestros salimos de las jornadas de trabajo con el gozo interior. Cuando empiezan a emerger potencialidades, cuando se confirman logros destacables (alcancen o no los niveles escritos del nivel en el que estamos), ahí llega la realización profesional, ahí está el éxito del docente.
La verdad de la maestra y el maestro está en la entrega a estos alumnos, está en asumir el reto como punto de partida.
Medimos nuestro éxito en los resultados de estas personas, de este alumnado que nos necesita más; lejos de los actos de entrega de diplomas de excelencia para los cum lauden o matrículas de honor, lejos de los tantos por ciento de los que te han dado las cosas hechas antes de empezar.
Un curso donde todos han realizado su recorrido perfectamente, incluyendo a los que en un principio les costaba más, es un curso positivo, es un curso donde, al menos yo, tengo la sensación de haber hecho las cosas bien. Un curso así podemos decir que, para mí, es un viaje perfecto.