Soy brujo santero, hechicero espiritista de magia negra, magia blanca, vudú, macumba. Atraigo, retiro, ligo, desligo, amanso amores rebeldes, hago pactos de fama, belleza, lujos, viajes. Soy el más efectivo, con trabajos 100 % garantizados. Leído (y corregido) en Facebook
Me dirijo a madres y padres, no a especialistas, de modo que obviaré las citas y los tecnicismos. Son nuestros hijos y nuestras hijas quienes van a sufrir las consecuencias de una educación cada vez más ideologizada y menos intelectual, basada en principios pseudocientíficos y contraria al sentido común, y merecéis que se os explique el asunto de forma clara. Y que lo hagamos quienes les damos clase, cuando las circunstancias nos lo permiten.
Imaginemos un país en el que las autoridades sanitarias han decidido dejar los altos cargos en manos de brujos, chamanes, astrólogos, parapsicólogos y alquimistas. Ellos no saben nada de otorrinolaringología, neumología o cardiología, pero dicen saber del arte de curar, aunque nadie sabe cómo se cura un oído sin un otorrino, un pulmón sin un neumólogo o un corazón sin un cardiólogo. Tampoco presentan ningún estudio que demuestre con datos que sus técnicas infalibles arrojan resultados positivos: el Estado debe confiar en ellos por pura fe. De encomendar a tales personajes la salud de los ciudadanos, las muertes conmocionarían a la opinión pública y el gobierno debería asumir la responsabilidad y dar marcha atrás de inmediato.
Esto es exactamente, y así lo cuenta Antonio Muñoz Molina en su prólogo a un libro de Alberto Royo, lo que está sucediendo en la educación española. Pero en educación no cosechamos muertos, ni somos conscientes de los efectos de los disparates hasta pasados muchos años. Además, los movimientos pedagogistas se muestran siempre opuestos a la evaluación de los estudiantes por medios externos. Si el informe PISA detecta graves carencias, es porque está diseñado por los neoliberales protofascistas de la OCDE. Si las pruebas de competencias básicas que se realizan en Cataluña, a unos alumnos cuyos contenidos se han visto reducidos desde su ingreso en la escuela, porque se iban a sustituir por el desarrollo de las competencias básicas, desvelan que sus competencias básicas caen en picado, el disparate se soluciona… suprimiendo más contenidos en nombre de unas competencias básicas que no son, en muchos casos, más que palabrería hueca.
Los brujos, chamanes, astrólogos y alquimistas de la educación provienen de las facultades de Educación y suelen adornarse con el título de expertos en educación, aunque hace mucho tiempo que abandonaron las aulas de Secundaria, en el mejor de los casos, o no las pisaron nunca, en su gran mayoría. Conocen la situación de la educación en las aulas de oídas, o no la conocen, pero han estudiado en libros muy sesudos (y muy ideologizados) los problemas que los chicos de trece años tienen en la escuela, y se disponen a solucionarlos desde su torre de marfil. Porque ellos no saben Matemáticas, ni Física, ni Lengua, ni Historia. Ellos saben enseñar a enseñar cómo aprender a aprender: no, no es una broma, es un nuevo episodio del traje nuevo del emperador.
El 28 de diciembre, en una entrevista concedida a El País, Alejandro Tiana, padre de la LOE y de la LOMLOE, afirma que «históricamente hemos tenido sistemas educativos sobrerregulados, excesivamente dirigistas, que han confiado poco en el profesorado y no han desarrollado tanto una profesión docente como tal, sino que han tendido a decir cómo había que hacerlo todo, desde organizar los centros hasta casi dar clase». Tal vez, dada la fecha de publicación, 28 de diciembre, se trata de una inocentada. Inocentada grosera o patética afirmación del gusto español por lo grotesco: ninguna ley anterior a la LOMLOE ha intentado someter con tanto empeño al profesor, hasta convertirlo en un esclavo de la burocracia, hasta aniquilar la libertad de cátedra, hasta imponer una sola forma de enseñar, el milagroso DUA, como la única posible.
Pero lo mejor de la entrevista figura antes, cuando Tiana opone el aprendizaje competencial a la tragedia que nos vimos obligados a sufrir quienes nacimos el siglo pasado: «A muchas generaciones nos han hecho aprender muchísimas cosas, muchísimos contenidos, que no aplicábamos. No los utilizábamos para situaciones posteriores, muchas veces ni siquiera para estudios posteriores, y, en consecuencia, los olvidábamos sin más». Vaya. O sea, que la novedad de los pedagogistas consiste en una educación en la que solo se enseñe lo que resultará útil en la vida laboral.
Pero para ese viaje no necesitábamos alforjas. Tan novísima novedad ya la defiende el abuelo Esteve, ese maravilloso personaje que Santiago Rusiñol incluye en L´Auca del senyor Esteve, y que le explica al maestro la educación que desea para su nieto. Una educación totalmente competencial, libre de esos contenidos que tanto le dolieron al señor Tiana, aunque sin duda le sirvieron para fundamentar su carrera universitaria: «No le enseñe demasiadas cosas. No, señor. Los que saben demasiadas cosas se distraen del negocio, y nosotros no queremos que se distraiga. Por ahora no se distrae con nada. Siempre lo verá con la mirada fija en las estanterías. Incúlquele buenas ideas, y ya sabe lo que significa buenas ideas: mirar por dónde circulan los cuartos, y seguirlos, y acapararlos honradamente, y luego saberlos custodiar, para que no se los queden los otros. Que aprenda poco, sobre todo… Que aprenda poco, como puede entender, quiero decir, que aprenda poco, pero que aprenda lo práctico. Con las cuatro reglas es suficiente, y quien dice las cuatro reglas quiere decir sumar y multiplicar, que restar y dividir ya es un adorno, y es un lujo del que también se podría prescindir».
El abuelo Esteve quiere que su nieto sea botiguer, propietario de una tienda, y en ello cifra todas sus ilusiones. Las ilusiones del clan pedagogista consisten en convertir a tu hijo, no en tendero, sino en empleado en una de esas actividades que se desempeñan sin una cualificación profesional. Ahora voy a usar las palabras del abuelo Esteve para que comprendas lo que quiere decir Alejandro Tiana, que dio su última clase en Secundaria en 1981: «Al alumno de Carabanchel, o de Parla, o de Orcasitas, especialmente si es de clase humilde, no le enseñes demasiadas cosas, profesor. No señor. Los que saben demasiadas cosas se distraen de su trabajo mal pagado, se obstinan en pensar y al final desean algo más que gastar, consumir o navegar por las redes, y nosotros no queremos que eso ocurra. Por ahora nos basta con las nuevas tecnologías para asegurarnos de que no piensa en lo que no debe. Siempre lo verás con la mirada fija en la pantalla del móvil, de la Play, de la tablet, del Chromebook que usan en su instituto. Incúlcale buenas ideas. Y ya sabes lo que significa buenas ideas: consumir, y consumir, y consumir. Y navegar por internet. Que aprenda poco, sobre todo… No vaya a ser que un día le dé por pensar que puede hacer cosas más allá de consumir. Que aprenda poco, pero que aprenda lo práctico: lo que le pueda servir para fregar escaleras, para poner cafés, para apretar tuercas en una cadena de montaje, para servir hamburguesas. Con las cuatro reglas es suficiente, y quien dice las cuatro reglas quiere decir sumar y multiplicar, que la división de fracciones, el aparato circulatorio, la traducción de un texto de César o la lectura de Cervantes ya son un adorno, y son un lujo del que también se podría prescindir».
Madres, padres, esto es lo que hay. A vuestros hijos ya no se les pondrá nota en función de si saben qué características medievales y renacentistas hay en la Celestina. Los profesores deberán determinar, por ejemplo, si es capaz de «identificar y desterrar los usos discriminatorios de la lengua, los abusos de poder a través de la palabra y los usos manipuladores del lenguaje a partir de la reflexión y el análisis de los elementos lingüísticos, textuales y discursivos utilizados, así como de los elementos no verbales que rigen la comunicación entre las personas» (primer criterio de evaluación de la competencia específica 10 de Lengua Castellana y Literatura).
Cuando, en lugar de determinar si un alumno es capaz de elaborar un texto adecuado, coherente y cohesionado, con un número limitado de faltas de ortografía y de errores de sintaxis, el profesor debe certificar si el estudiante sabe «localizar, seleccionar y contrastar información de manera guiada procedente de diferentes fuentes, calibrando su fiabilidad y pertinencia en función de los objetivos de lectura; organizarla e integrarla en esquemas propios, y reelaborarla y comunicarla de manera creativa adoptando un punto de vista crítico y respetando los principios de propiedad intelectual» (criterio de evaluación 1 de la competencia específica 6), acabamos de convertir la evaluación en algo líquido y caprichoso. Ningún alumno es capaz de alcanzar esos niveles, o todos son capaces de alcanzarlos. Esto no es evaluar: esto es arar el mar y atrapar vientos.
Padres, madres, esto es lo que hay. Quieren que nuestros hijos permanezcan muchísimos años en las aulas para enseñarles exclusivamente saberes que los pedagogistas han dado en llamar competenciales, esto es, los que les sean de utilidad a todos en sus trabajos. Puesto que la educación en España es, desde hace cuatro décadas, comprensiva, lo que significa que en el mismo grupo deben encontrarse alumnos de todos los niveles y expectativas, poquísimos saberes reúnen esa condición: sumar, restar y poco más. Estos nuevos abuelos Esteve, estos nuevos patriarcas, quieren que la educación consista en convertir a vuestros hijos en esclavos conformes e ignorantes.
Quieren condenar a vuestros hijos a la ignorancia. Quieren condenar a vuestros hijos a la irrelevancia.
Alfonso Ruiz de Aguirre. Doctor en Lingüística (Teoría de la Literatura) por la Universidad de Zaragoza.
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