Laura Arias Ferrer, Universidad de Murcia y Alejandro Egea Vivancos, Universidad de Murcia
Como el Sísifo de la mitología griega, condenado a empujar un gran piedra hasta la cima de una colina una y otra vez, la Historia, como disciplina escolar, parece estar condenada a cargar con el peso de la memorización.
En la actualidad, donde toda la información que necesitamos se encuentra a un solo clic de ratón, se hace urgente un replanteamiento sobre qué enseñar. En el caso de la Historia, disciplina durante largo tiempo asociada a la memorización, este giro resulta vital.
Muchas investigaciones muestran el escaso conocimiento y los múltiples estereotipos que los estudiantes poseen sobre cualquier periodo de la historia una vez terminados los estudios obligatorios, a pesar de haber cursado la materia de Historia durante casi todos los años de la Educación Primaria y Secundaria.
Su recuerdo se circunscribe a aquellos contenidos aprendidos en entornos informales (cine, televisión, videojuegos, literatura o tradiciones) que poco o nada tienen que ver con la disciplina académica. Estos estereotipos son frecuentes entre los estudiantes incluso universitarios y es un problema común en diversos contextos nacionales e internacionales.
Consecuencias de la historia mal aprendida
Esta visión de la historia hace que el joven (posterior adulto y ciudadano) posea un conocimiento altamente sesgado que además ha descuidado las historias de muchos colectivos (mujeres, niños, inmigrantes, desfavorecidos), ignorados en las principales narrativas predominantes. Narrativas que muchas veces se limitan a ensalzar en exclusiva una historia nacional, en ocasiones sesgada y que suele estar muy vinculada con el aspecto identitario y emocional.
Esta versión de la historia como una cronología de cada historia–nación contribuye a la génesis de identidades excluyentes marcadamente etnocéntricas que desdibujan o dejan fuera del discurso a todo aquel considerado como el “otro”.
De hecho, internet y las múltiples aplicaciones utilizadas hoy en día se han convertido en un vehículo perfecto para la expansión de este tipo de ideas que tienen su efecto en el crecimiento generalizado de delitos de odio.
Por eso es fundamental construir una ciudadanía crítica que empodere a los agentes sociales para tomar decisiones informadas. En esta labor, la Historia como disciplina escolar tiene mucho que decir.
Otros caminos
Precisamente, la Historia se caracteriza y diferencia de otras disciplinas por el necesario uso de poderosas estrategias que se basan en el análisis y contrastación de fuentes y de la información en ellas recogida. Esta es la base del pensamiento crítico, tan necesario para revertir la situación anteriormente descrita.
Ahora falta trasladar a las aulas estos modelos analíticos, y estos métodos que el historiador pone en práctica en cada una de sus investigaciones. Los métodos de enseñanza activos desarrollan habilidades de pensamiento crítico, lo cual es muy deseable y de hecho debería ser uno de los objetivos de la Historia como asignatura central.
Solo así se podrá revertir la proliferación de una historia memorizada, mal aprendida, que se muestra, además, contraproducente para el fin último de la enseñanza: generar ciudadanos informados, activos y críticos.
La reflexión por encima de la memorización
Los últimos veinte años han visto florecer un sinfín de investigaciones que ponen de manifiesto la necesidad de darle la vuelta al modelo de enseñanza y fomentar el denominado pensamiento histórico y el método del historiador en las aulas de los diversos niveles educativos (¡incluso en infantil!).
Se trata de abandonar el carácter estático de la narración histórica tradicional. De hacer pensar al estudiante mediante la formulación de buenas preguntas; la selección, análisis y contraste de fuentes; y la génesis, por parte del estudiante, de narraciones e interpretaciones.
Ojo, todo ello se ha de hacer mediante la movilización de las denominadas habilidades del pensamiento histórico. Estas implican:
- Justificar toda argumentación mediante el uso de pruebas que la sustenten;
- evaluar el impacto y relevancia particular del hecho a estudio;
- analizar las causas y consecuencias, cambios y continuidades que lo envuelven;
- entender y aprender el contexto en el que sucede y la implicación social que supuso en su momento y que ha supuesto en la actualidad.
Pese a lo prolífico de las investigaciones teóricas en este sentido, es escasa la repercusión que estas poseen todavía en el aula. Incluso la investigación educativa es todavía reducida en este sentido.
Salir del ciclo memorización–repetición–olvido
Un modelo de aprendizaje activo no está exento de complejidad. Esta reside principalmente en:
- Variar el rol del docente en el proceso de enseñanza–aprendizaje. El docente ha de convertirse en guía, mediador del proceso y no en protagonista de la narración.
- Hacer que los libros de texto pierdan su monopolio como narradores de historias y que pasen a poseer un rol secundario como libros de consulta y contraste (como una fuente secundaria más).
- Hacer que el estudiante pase a ser el protagonista del proceso de enseñanza–aprendizaje, el constructor de las historias que serán analizadas y transmitidas en el aula.
Además, pasa por abandonar los modelos de referencia que se poseen fruto de su experiencia pasada como estudiante y como docente.
Sin embargo, aunque todavía escasos, son ya varios los ejemplos que ilustran esta forma de trabajar en el aula y que se basan en el uso de estrategias diversas.
El aprendizaje basado en objetos es una de ellas, y goza de gran popularidad por el alto grado de motivación e implicación de los estudiantes en su puesta en marcha, tanto en Educación Infantil, como Primaria y Secundaria.
Pero hay otras muchas: la creación de narraciones, los juegos de rol, los estudios de caso, etc. Todos ellos pueden ser ejemplos de cómo dejar atrás ese ancestral binomio Historia–Memorización, y permitir que los estudiantes dejen de arrastrar la piedra colina arriba generación tras generación.
Laura Arias Ferrer, Profesora de Didáctica de las Ciencias Sociales, Universidad de Murcia y Alejandro Egea Vivancos, Profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.