“Mi iPhone pone guion con tilde, así que yo lo pongo como viene ahí”. Cuando Pilar Fernández, profesora de Lengua Española en la Universidad CEU San Pablo, escuchó esta frase en boca de uno de sus alumnos en fechas recientes, ella ya tenía una percepción muy clara desde hacía varios años: cada vez ve más faltas de ortografía y peor redacción entre los universitarios. Al igual que ella, una parte de la comunidad educativa alerta de un deterioro en la escritura de los estudiantes, que coincide con los constantes cambios tecnológicos y educativos del presente siglo. Una idea que muchos otros docentes no comparten, en un debate para algunos injusto, pero que ha ido cobrando fuerza: ¿Los universitarios de hoy escriben peor que los de generaciones pasadas?
En un contexto difícil de determinar por la falta de datos concretos que arrojen luz sobre este posible empeoramiento, la mayoría de profesores consultados por este periódico coinciden en que los estudiantes ya no leen como antes, un hecho que, según añaden, repercute en la manera de escribir. “Ahora se lee picoteando. Ha disminuido la lectura reflexiva, la que fija las estructuras lingüísticas. La nueva lectura busca saltar de un sitio a otro, y eso lo estoy notando en la construcción de los textos de mis alumnos, donde veo más esquematismo”, comenta Rosario González Pérez, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid.
Tanto ella como el profesor de Redacción Periodística de la Universidad CEU San Pablo Ignacio Blanco opinan que, si bien es cierto que no han apreciado un incremento de errores ortográficos, reconocen una tendencia a redacciones más telegráficas y sincopadas, cargadas de abreviaturas y con un vocabulario menos formal. Blanco añade, además, que se ha perdido legibilidad: “En exámenes y textos a mano encuentro caligrafías horribles. Se está olvidando esa destreza por dejar de escribir”.
Sin embargo, la manida leyenda de que los universitarios actuales leen menos que las generaciones pasadas sigue siendo motivo de discusión entre los propios profesores. Según el último estudio de la Federación de Gremios de Editores de España (2017), los universitarios presentan unos índices de lectura claramente superiores al resto de la población. De igual forma, los resultados del Informe PISA (Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos) publicados en diciembre de 2016 mostraban que los jóvenes españoles tienen una satisfactoria media de comprensión lectora de 496 puntos, tres por encima de la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En este sentido, el sociólogo especializado en educación José Saturnino aclara que la capacidad lectora de los españoles se ha mantenido constante en el tiempo y que no se ha visto afectada por los cambios educativos en lo que va de siglo.
Aunque asegura no ser catastrofista, Salvador Gutiérrez Ordóñez, académico de la RAE, cree que “ahora se leen menos ensayos, filosofía y literatura, y eso hace que empeoren la ortografía, la puntuación, la capacidad de expresión y todo aquello que un corrector de texto no puede corregir”. Sin embargo, matiza: “Leer y escribir son dos destrezas distintas. Hay gente que lee mucho pero sigue teniendo faltas de ortografía porque no ha sido capaz de ejercitar la escritura”.
Las nuevas tecnologías en el punto de mira
Es una postura compartida por el director del Departamento de Periodismo de la Universidad de Sevilla, quien, pese a negar que haya hábitos más bajos de lectura, sí reconoce que “leer a través de redes sociales y medios digitales provoca un déficit de atención y una discontinuidad que llevan al estudiante a cometer errores de bulto”.
La preeminencia de la cultura audiovisual y el incesante crecimiento de la conocida narrativa transmedia -la forma de trasmitir y buscar historias a través de diversos canales digitales-, ha fragmentado los hábitos de lectura de tal forma que, para algunos docentes, acarrea consecuencias en la riqueza léxica. Así lo cree José Manuel Noriega, decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Oviedo, que percibe que “ahora los estudiantes manejan menos bibliografía y más medios informáticos y tecnológicos como WhatsApp”, y advierte de un “lenguaje poco rico”, así como de una tendencia a la inmediatez.
Al respecto, Daniel Cassany, investigador y profesor de Análisis del Discurso en la Universidad Pompeu Fabra, opina que “es muy pronto para saber si esto ha empeorado. Tenemos una mirada sesgada cuando observamos formas de consumo cultural que no sean el libro. Hace 20 años había una escritura bastante monolítica, pero hoy es más complicado escribir bien porque la lengua ha ganado registros diferentes. Somos mucho más exigentes con la escritura”. Cassany no está de acuerdo con que los universitarios de hoy tengan menos riqueza léxica porque, según argumenta, ahora recurren a otras fuentes igual de válidas: “Un niño probablemente no conozca muchos nombres de pájaros, pero sí de videojuegos y de todo lo que se aprende en ellos”.
Sin embargo, Pilar Fernández plantea una cuestión: “¿Tenemos claro que todo lo que aparece en esos canales está bien escrito? Yo misma digo a mis alumnos que busquen errores en la calle o en los medios. Y encuentran muchos”. Aun así, para ella, no sólo se cuida menos el estilo, sino que, en algunos casos, se han tenido que tomar medidas que antes no se contemplaban: “En los años 80 no se daba ortografía en mi carrera, porque los estudiantes venían más preparados. Ahora sí hay que hacerlo”.
Entre ellos, constantes abreviaturas de palabras que muchos docentes observan en sus exámenes y que achacan al uso de la mensajería móvil. Daniel Cassany rechaza que esto sea así, y se basa en un estudio realizado en 2009 por dos investigadoras, Beverly Plester y Clare Wood, en el que concluyeron que el uso de los códigos sintetizados que emplean los jóvenes universitarios no afecta a su forma de escribir en una variedad culta.