Términos y mentalidad: Resiliencia.

LA OPINIÓN DE. . . JOSÉ VÍCTOR ORÓN SEMPER

 width=Nacido en Valencia y reside en Madrid, escolapio. Doctor en Educación por la Universidad de Navarra. Licenciado en Estudios Eclesiásticos  e Ingeniero Superior de Caminos Canales y Puertos. Máster en Neurociencia y Cognición. Ha trabajado 15 años como profesor de secundaria y 6 años como investigador en el grupo Mente-Cerebro (ICS) de la Universidad de Navarra. Creo y dirige el proyecto UpToYou para la renovación de la educación e igualmente dirige el Centro SLAM Educación.

En LA OPINIÓN DE… Nos habla sobre términos y mentalidades. Resilencia.

 

 

¿Hay que aprender a vivir a pesar del dolor o aprender a usar el dolor? ¿Cómo situarnos ante los acontecimientos que nos superan personalmente o ante los que nos sentimos sin fuerza o sin sentido, con pensamientos destructivos? No es posible responder con detalle a esta segunda pregunta sin saber por qué razón hemos sido superados (ver términos sufrimiento) y cómo podemos vivir un proceso necesario de re-significación (ver término). La resiliencia bien entendida es lo que nos permite usar creativamente el dolor. Porque el dolor, propongo, hay que saber usarlo. No obstante, se suelen proponer otras alternativas: resistir ante el dolor, lo que puede llevarnos a la obcecación o a la pérdida de humanidad, o bien, vivir a pesar del dolor, lo cual puede llevarnos a la alienación. En cambio, la propuesta de UpToYou es que el dolor hay que usarlo, porque las relaciones personales siempre hay que salvarlas. El dolor hay que usarlo para poder unificar la propia historia y así aclararse con quién es uno. Veamos por partes lo indicado.

Ante la propuesta de ser fuertes para poder resistir, encontramos que formas de resistir hay muchas: desde la caña de bambú, que se curva ante el viento para luego recuperar su postura, a la roca, que corta el viento frontalmente. Pero la propuesta de la resistencia en ambos casos es la misma: yo mantengo mi postura. De hecho, no es extraño encontrar en esta propuesta a quienes apelan a virtudes como la fortaleza o la perseverancia. Pero ¿cómo distinguir la perseverancia de la obcecación si uno solo se fija en el aspecto de mantener su postura? Además, el dolor y el sufrimiento pueden ayudarnos a descubrir errores de significado en nuestras posturas (ver sufrimiento), mientras que la opción de la resistencia nos impediría verlos. En el lado opuesto de la resistencia, encontraríamos al pusilánime, al que se ve tumbado por la más mínima contrariedad. Tanto la línea de la resistencia como la de la pusilanimidad tienen en común que todo lo entienden desde el yo y se olvidan de la relación personal propiamente. ¿Qué distingue a uno de los científicos de siglos pasados que, yendo contra toda corriente, realizaron grandes descubrimientos, de un Hitler obcecado que prefiere ver muertos a todos (y a él mismo) antes de reconocer su realidad? Esta última pregunta parece fácil de responder, pero cuando lo trasladamos al día a día de lo que vivimos se complica. ¿Cómo saber que uno tiene que seguir estudiando una carrera que se le resiste o que ya es el momento de pensar en alternativas? ¿Cuándo seguir esperando a que la chica le diga sí al chico o cuándo dejarlo estar? Muchos perseverantes han pasado por obcecados ante sus compañeros. Esas preguntas hacen referencia a la resistencia ante los contratiempos para la realización de un proyecto o intención (bueno o malo). No me refiero a eso ahora. Lo que quisiera tratar es la resistencia ante un dolor en general, sin referirnos a los proyectos personales que uno pueda tener. Es decir, nos preguntamos aquí por el dolor por una enfermedad, una lesión por un accidente, un familiar fallecido, un despido o un insulto. Se trata de un dolor que nos sobreviene casi como un accidente. ¿Qué es la resistencia en ese caso?

Veamos el caso del insulto o del bullying. Proponer la resistencia sería ayudar a desarrollar capacidades para que tal agresión no nos afectara. Formas hay muchas, pero lo que todas tienen en común es que desarrollan el complejo de roca. Uno podría pensar cuál es la mejor forma de que la agresión (si no puedo evitarla) no me afecte. La respuesta podría ser hacerse duro como una roca. De acuerdo, la roca no siente el golpe, pero tampoco siente la caricia. Por evitar el golpe, nos hacemos insensibles ante la caricia. Si uno quiere ser sensible a la caricia, le toca correr el riesgo de recibir un golpe. Es lo que tiene ser un ser humano. La pérdida de sensibilidad no es un signo de fortaleza, sino de deshumanización. La pretensión no puede ser hacerse insensible al insulto. El dolor vivido al recibir el insulto no es un signo de debilidad, sino expresión de humanidad. A un humano le importa otro humano, luego es normal tanto que el insulto le duela como que una caricia le alegre. En tal caso, el dolor ante el insulto y la alegría ante la caricia hablan de nuestra humanidad y, por tanto, ser resistente al insulto sería un signo de enfermedad. Hay quien propondrá que tenemos que aprender a saber con quiénes tenemos que ser roca y con quiénes, ser humano. Por ejemplo, los que en el trabajo son duros y en casa humanos. De hecho, muchos proponen aprender a separar trabajo y vida, pero, que alguien explique cómo es posible eso sin caer en la esquizofrenia.

Otra propuesta que se puede encontrar es vivir a pesar del dolor. Esta bienintencionada opción consiste en diferenciar la agresión del agresor y condenar la agresión sin condenar al agresor. Suena bien, pero ¿es posible? Ciertamente, si la ofensa no es grave, parece fácil, sobre todo si uno descubre que tantas veces él ha sido también agresor. Pero condenar la agresión sin condenar al agresor, en el fondo es similar a hacer como que no ha pasado nada, porque se está ignorando que una cosa es diferenciar agresor de agresión y otra cosa es considerar que son independientes. Se busca independizar agresor de agresión para poder hacer con ellos acciones contrarias, pues el agresor podría ser no condenado o perdonado, mientras que la agresión es condenada. Ese artilugio mental no resulta convincente. ¿A costa de qué se está realizando? Esa independencia no existe en la realidad. Si se realiza es porque el agredido artificialmente lo hace, luego tal acción (independizar agresor de agresión) descansa sobre las espaldas del agredido y, cuando más adelante vuelva a ocurrir y se lo vuelva a cargar sobre la espalda, irá acumulando peso. Hay un momento en que el peso es mucho y hay gente que se hunde y hay otros que devuelven todo el dolor acumulado durante años de una forma más o menos explosiva. Esto ocurre porque en el fondo el tema sigue sin tratar; hay que hacer algo con el agresor y con la agresión. El ser humano necesita comprender y actuar y la división mental que pretende independizar agresor y agresión, insisto, no es convincente. Pues, si bien es cierto que las personas siempre son más que sus acciones y en ese sentido no hay una relación cerrada entre el actor y la acción o entre agresor y agresión ya que se pueden diferenciar, tampoco se puede ignorar que la agresión lleva algo del agresor porque él fue el autor. Cuando nos dicen palabras bonitas, no es problemático ligar actor y acción; de hecho, nos alegramos con el actor precisamente por su acción, aunque el actor siempre es más que su acción. Por ello, no quedaría justificado que, ante situaciones desagradables, independizáramos actor y acción y que, en situaciones agradables, los uniéramos. Pero la propuesta de a pesar de necesita independizar, porque va a hacer cosas distintas sobre ellos, la acción (condenarla) y el actor (tal vez perdonar). Eso, como decía antes, es ir cargando las espaldas de uno y eso tiene un límite. Es decir, condenar las acciones y no condenar al autor de las mismas no es posible. De hecho quien va a la cárcel es la persona, no sus acciones. No es posible salvar la persona (el actor) sin salvar la acción. Menos todavía, no es posible salvar al actor y condenar la acción, pues son fuerzas opuestas sobre la misma realidad. Lo que se haga sobre el actor debe ir en el mismo sentido que lo que se haga sobre la acción. Debe haber algún tipo de correspondencia.

En UpToYou decimos que a la persona siempre hay que salvarla por dos motivos: porque siempre es más y porque lo que somos lo somos en nuestras relaciones, lo cual hace que matar una relación no sea distinto del suicidio. Si a la persona siempre hay que salvarla, es necesario hacerlo también con sus acciones, de tal forma que, aunque una realidad sea condenable, no se deduce que tenga que condenarse. Salvar a la persona es lo que llamamos perdonar (ver el término perdón), pero ¿qué significa salvar una acción, un hecho ocurrido? Salvar la acción no es perdonar la acción. El perdón es una acción personal. En lenguaje coloquial, hablamos de perdonar acciones y se entiende la expresión sin problemas, aunque estrictamente es incorrecta pues se perdonan personas, no acciones. Se perdonan personas y se usan las acciones. Salvar la acción, el hecho ocurrido, es usar la acción acontecida. Lo que proponemos es que el dolor hay que usarlo. Usar el dolor es la verdadera resiliencia. Y ¿qué es usar el dolor? Lo explico copiando una carta de una joven que hizo la formación de UpToYou.

Al nacer me tocó una familia en la que era difícil que una niña pudiera vivir tranquila y pudiera crecer sin peligros, aunque yo no lo sentía así en ese momento. Decir que fue la familia que me tocó, me ayuda a aceptar. La familia no se elige, no es una decisión que tú tomas, y no sé explicar cómo se hace, pero hasta que no lo asumes y lo entiendes, vives sintiéndote culpable y responsable de todo lo que te pasa. 

Mi madre tenía problemas con la bebida, y mi padre con la violencia. Esto creaba una situación que en ese momento no podía vivir de otra forma como lo normal. Cuando eres pequeño y no conoces otra realidad, lo que estás viviendo es lo normal, y piensas que es así en todas partes. Era una mezcla peligrosa, pero ahí estábamos, mi hermana mayor, mi hermano pequeño y yo, en nuestra realidad, donde mi madre nunca estaba y cuando estaba no podía ni hablar y donde mi padre nunca estaba y cuando estaba era todo ira.

Podría hablar de muchas situaciones que vivíamos en esa especie de montaña rusa, donde cada día era una aventura que olía a alcohol y que acababa con golpes, donde no sabías como iba a terminar el día, solo te podías plantear cómo agarrarte al asiento para sobrevivir y llegar al día siguiente. Lo que se suponía que era una aventura se acababa convirtiendo en toda una amargura…

Todo esto que cuento ahora es desde la perspectiva de hoy. En ese momento lo vivía en primera persona, pero tal vez no era capaz de contarlo con las mismas palabras que lo expreso ahora.

Cuando tenía 9 años, me obligaron a vivir en un Hogar de acogida de niños, digo me obligaron porque así lo viví, a mí nadie me preguntó si era eso lo que quería, otras personas decidieron que era lo mejor para mí. Estando allí comenzó una etapa de comparaciones, empecé a observar que en otros sitios las cosas se hacían de manera diferente. Pero en esa etapa también me comparaba con los demás, con los compañeros de clase, y comencé a juzgar a mis padres. En esa etapa surgieron en mí muchos sentimientos contradictorios, yo quería que mi madre viniera a verme, pero no quería que la vieran los demás, me daba vergüenza. Si venía me sentía mal porque todos iban a verla y ella no era como las otras mamás, pero si no venía me enfadaba, porque otra vez me había fallado.

Fueron 9 años lo que estuve viviendo en el Hogar de acogida de niños, pasaron muchas cosas, pero una de las que más me han marcado era ver y entender que allí había personas a las que no les importaba perder tiempo en quererme, no había manera de cansarlas, de que me dejaran, ellas apostaban por mí.

Aprendí también que cuando miramos hacia dentro, hacia nuestro interior, solo podemos compararnos con nosotros mismos, con lo que fuimos, con lo que somos y con lo que queremos ser.

Tras esos nueve años, vino una nueva etapa, sobrevivir en el mundo exterior, cosa que me recordaba a esa montaña rusa del principio, donde no sabías qué iba pasar y no podías controlar todas las situaciones que podían presentarse. En ese momento, entendía que de los demás solo se podían sacar cosas, yo no podía aportarles nada, y si la gente supiera quién soy, no me querrían. Tenía miedo, pensaba que, si mis padres, que eran mis padres, me habían tratado así la gente de la calle, que no tiene por qué quererme, me trataría peor aún, tenía mucho miedo.

Tras un trabajo personal acompañada de personas que nunca se cansaron de mí, con muchas dudas, frustraciones, miedos, decepciones, oportunidades y atajos muy atractivos que se presentaron, conseguí sobrevivir y no solo eso, lo más importante, entendí que en mí también había algo que dar a los demás. Entonces llegó la pregunta: ¿Qué tenía yo para ofrecer al mundo?

Fue en ese momento, intentando dar respuesta a esa pregunta cuando decidí ser educadora, sabía que no iba a ser fácil, y no lo fue, pero encontré sentido a la lucha constante por sobrevivir, tenía sentido haber superado tantos obstáculos, la vida me estaba preparando para desde la experiencia poder estar ahí, sin cansarme, atendiendo a otra personitas que en ese momento les tocara montarse en su propia montaña rusa.

A día de hoy soy educadora y trabajo en un Hogar de acogida de niños, con personas que ahora se enfrentan al dolor, como yo hice, es como trabajar en un parque de atracciones, donde acompaño a niños en esas montañas rusas llenas de emociones, retos, frustraciones, alegrías, contradicciones, … todo con el fin de que esa experiencia tenga sentido y les lleve a tomar decisiones, ser libres, ser personas… Ahora mis heridas, que eran dolorosas y están curadas, me sirven para curar esas heridas en otros.

Cada día se presentan retos nuevos y situaciones en las que ayudar a sanar el dolor de otros me ayuda a mí a continuar creciendo.

Usar el dolor es saber integrarlo en la propia historia. No podemos prescindir de parte de nuestra historia. Responder a la pregunta “¿quién soy?” requiere unificar la propia vida. Usar el dolor es ser autor de nuestra vida, incluso de lo que se relaciona con la situación del dolor. Usar el dolor es convertirlo en oportunidad para mejorar las relaciones personales. ¿Hay mayor gesto de creatividad? Nadie dice que sea fácil, pero tampoco vamos a negar lo que necesitamos vivir. Seremos pacientes, buscaremos la ayuda necesaria y adelante. Todo dolor puede reconvertirse en oportunidad para el encuentro. Incluso la misma muerte puede ser usada para el encuentro.

Educacion.press

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