LA OPINIÓN DE. . . JOSÉ VÍCTOR ORÓN SEMPER
Nacido en Valencia y reside en Madrid, escolapio. Doctor en Educación por la Universidad de Navarra. Licenciado en Estudios Eclesiásticos e Ingeniero Superior de Caminos Canales y Puertos. Máster en Neurociencia y Cognición. Ha trabajado 15 años como profesor de secundaria y 6 años como investigador en el grupo Mente-Cerebro (ICS) de la Universidad de Navarra. Creo y dirige el proyecto UpToYou para la renovación de la educación e igualmente dirige el Centro SLAM Educación.
En LA OPINIÓN DE… Nos habla sobre términos y mentalidades. Auto-regulación del aprendizaje.
El padre está sentado en el salón leyendo una novela, suena la alarma de la lavadora y cruza la casa para ir a tender la ropa. En el trayecto pasa por la habitación de su hijo y observa cómo este trabaja solo haciendo los deberes. El hijo está bien sentado, aplicado y concentrado en su tarea. Ha cerrado la ventana para no oír ruidos y en su campo de visión no hay ningún poster que le distraiga. ¿Situación idílica? Desde luego al padre le da mucha paz psicológica contemplar tal situación. Los pedagogos dirían que ese hijo auto-regula muy bien su proceso de aprendizaje. ¿Cómo enseñar tan maravillosa destreza que permite que el niño controle su entorno y a sí mismo para centrarse en hacer los deberes solo en la habitación?
En cambio, como no creo que le extrañe al lector habitual, pienso que tal aspiración es un mal planteamiento. Ciertamente algunos podrán decir que esa auto-regulación del aprendizaje es estupenda, no sólo por la paz psicológica que reporta a los padres, sino porque el niño aprende así a trabajar solo y su rendimiento académico será exitoso. El alumno que auto-regula sus procesos de aprendizaje parece ser el alumno ideal. Incluso se dice, siguiendo a Vygostky, que lo que el niño aprende a hacer con otras personas ahora, en el futuro lo sabrá hacer él solo, será capaz de hacer un trabajo de forma autónoma.
La forma de entender la autonomía en tal propuesta me parece también un error que malinterpreta profundamente lo que es la autonomía (ver el término autonomía). Pero ahora lo que nos interesa es reflexionar sobre esa imagen del niño trabajando solo. Esa imagen es, educativamente hablando, muy importante, pero por motivos muy distintos a los indicados por la propuesta de auto-regulación del aprendizaje.
El mayor error que comete dicha propuesta es entender el acto educativo del niño como algo técnico, no como algo personal. Lo entienden como algo técnico porque se centran en que el niño adquiera una serie de habilidades de comportamiento y utilice diversas estrategias, tanto de ordenación y control del entorno como de sí mismo, para focalizarse en la tarea, dejando de lado todo tipo de distracción. Esa forma de entender la acción educativa va a tener como consecuencia muchos problemas, como luego veremos. La crítica a este modelo que se hizo ya en el término “habilidades socio-emocionales” podría repetirse ahora, pero no vale la pena hacerlo. Es mejor remitirnos a ese término y centrarnos ahora en esa soledad del trabajo, que, insisto, me parece fundamental, aunque por motivos muy distintos a los de la auto-regulación del aprendizaje y, por tanto, con formas muy distintas de entender esa soledad.
En lugar de aprender a auto-regular el aprendizaje, lo que propongo es aprender a hacer presente al ausente. Hacer eso será garantía de humanidad. En cambio, la mentalidad que hay detrás de la auto-regulación del aprendizaje me parece que pone en peligro la humanidad de nuestras acciones, precisamente porque acaba desarrollando lo contrario: hacer ausente al presente.
Voy a explicar primero qué es hacer ausente al presente. Se va a entender en seguida. Hay instituciones que tienen una cadena de mandos muy jerarquizadas en su relación con el cliente. Pensemos, por ejemplo, en un banco. Desde el presidente de la compañía hasta el cliente del banco hay una cadena de conexiones muy larga pasando por todo tipo de directores generales, de país, de sección, etcétera, hasta llegar al director o subdirector de la sucursal o al empleado de turno, que es el que atiende directamente al cliente que va a pedir algo a un banco. Cuando desde bien arriba de la cadena de mando se va a tomar una decisión que va a causar daño al cliente, lo primero que hace la compañía, si es de las que no promueven humanidad, es mover al director y/o trabajadores que están en contacto directo con el cliente. Así, el nuevo director o encargado que ve por primera vez a ese cliente que lleva muchos años de relación con el banco será quien implante la nueva política que le daña. Hacen esto, las malas empresas que no promueven humanidad, porque, para maltratar a alguien, hay que hacer ausente al presente. El cliente está presente. El cliente es persona. Pero gracias a que llega un encargado nuevo, ese cliente pasa a ser un número más para él, que entiende su acción como una cuestión técnica de aplicar un protocolo. Con el número se tapa el rostro del cliente. Hay que tapar el rostro del cliente para poder aplicar la nueva política con frialdad aséptica y que así no se despierte rastro de culpa en el nuevo director. Hay que tapar el rostro del otro para poder hacerle daño. Hay que hacer ausente al presente.
Levinas decía que contemplar el rostro del otro rompe en nosotros todo tipo de comodidad y claridad y que despierta en nosotros una pregunta: Ahora que me has visto, ¿Qué vas a hacer? El rostro del otro nos pregunta y no hay forma de sustraerse a la respuesta, pues también el silencio es respuesta. No hay forma de no ser responsable.
Por eso, si se va a causar un daño a alguien, lo primero que se suele hacer es taparle el rostro. No sólo con un trapo o poniéndolo de espaldas, sino también haciendo que sea un número. Así, el director de banco queda libre de presión y puede aplicar la nueva política. Muy educadamente, le dirá: “Disculpa, lo siento, no es nada personal, pero simplemente es la nueva política”
Sin embargo, ver el rostro del otro despierta en nosotros nuestra humanidad. Conozco profesores que están muy mal pagados, muy poco valorados y a los que les ponen muy difícil su trabajo, pero que, cuando entran en clase y ven el rostro de sus alumnos, en lugar de obrar con rabia por el maltrato que reciben, obran con cariño, pues el rostro inocente del niño despierta su humanidad.
Por eso decía que aprender a hacer presente al ausente es necesario para que este mundo sea humano.
Lo que el niño que está solo en su habitación tiene que aprender no es el trabajo en solitario. No tiene que aprender a ser independiente de los demás en el desempeño de su trabajo. Si el ser humano es un ser de relación de intimidad a intimidad, aprender a ser independiente es aprender a vivir en modo no-humano. Lo humano es la interdependencia (ver el término). La acción humana en su más profunda realidad siempre es una acción cooperativa. Aprender a hacer presente al ausente es realizar una acción cooperativa cuando físicamente uno está solo.
Lo que tiene que aprender el niño cuando está solo trabajando no es tampoco a ser exitoso dependiendo de sí mismo, ni a hacer las cosas sin motivación. Muchos proponen esto cuando dicen que hay que aprender a hacer las cosas, te gusten o no te gusten, sencillamente porque es el trabajo que has asumido o del que eres responsable. Quien propone esto suele argumentar: “¿Tu madre te da de comer todos los días o sólo cuando le apetece?” La respuesta es obvia y entonces concluye: “Pues tú también tienes que aprender a hacer las cosas aunque no te gusten”.
Pienso que esas posturas están equivocadas, ya que lo que conviene que el niño aprenda y ejercite cuando se encierra a trabajar solo en su habitación es a hacer presente al ausente. Descubrir que en la soledad de su habitación está trabajando cooperativamente. Que lo que hace es por y para un alguien que no está presente. Una vez escuché a una chica adolescente que estudiar la fertilidad femenina le hacía querer a sus futuros hijos porque de alguna forma ya los tenía. Eso es hacer presente al ausente. Hace presente al ausente el que estudia una carrera sabiendo que su estudio es ya una obra de amor, porque de alguna forma ya está amando a los que en el futuro podrá atender.
La auto-regulación del aprendizaje entiende que aprender es una cuestión técnica, lo cual es una falacia, porque la acción humana siempre es personal. Así que lo que está haciendo es aprender a dejar a la persona fuera de lo que estudia y luego, en su ejercicio profesional, actuará exactamente igual. Ha aprendido a actuar como máquina y luego actuará así.
Somos incongruentes o necios cuando queremos promover el aprendizaje como una mera cuestión técnica de adquirir habilidades o competencias y luego esperamos que se usen esas competencias para el servicio social. Lo que se aprendió egoístamente, se aplicará egoístamente. Cuando educamos técnicamente, enseñamos a negar la realidad personal de la acción. El mayor error de la educación técnica es pensar que existe. En el ser humano no existe la acción técnica, sólo la acción personal. Cuando hablo de educación técnica, no me refiero a la que se imparte en los grados de ingeniería o arquitectura, sino a pensar que educar-aprender-enseñar es una acción técnica que consiste en desarrollar una serie de habilidades o competencias. Toda persona que enseña, sea donde sea, enseña qué quiere decir ser persona.
En toda acción conviene, para que nuestra humanidad se desarrolle, que sepamos hacer presente al ausente. Hay una pregunta-test que nos podemos hacer para saber si en nuestro trabajo hacemos o no presente al ausente y es preguntarnos por el “para qué” de nuestras acciones y si, en nuestras acciones diarias, tomamos al otro como medio o como fin.
Ese niño que está solo en su habitación puede estar aprendiendo a ser máquina o a ser persona. Ese niño será un futuro adulto que se relacionará con los demás probablemente con estilos similares a cómo nos hayamos relacionado con él. Cuando el niño se sabe solo, él sabe que tú sabes que está solo y ¿Cómo interpreta él su soledad?