LA OPINIÓN DE. . . JOSÉ VÍCTOR ORÓN SEMPER
Nacido en Valencia y reside en Madrid, escolapio. Doctor en Educación por la Universidad de Navarra. Licenciado en Estudios Eclesiásticos e Ingeniero Superior de Caminos Canales y Puertos. Máster en Neurociencia y Cognición. Ha trabajado 15 años como profesor de secundaria y 6 años como investigador en el grupo Mente-Cerebro (ICS) de la Universidad de Navarra. Creo y dirige el proyecto UpToYou para la renovación de la educación e igualmente dirige el Centro SLAM Educación.
En LA OPINIÓN DE… Nos habla sobre términos y mentalidades. Empatía y simpatía
“Como nadie tiene mi dolor, nadie puede saber tampoco lo que tengo cuando tengo dolor” (Robert Speamann). Hay quienes con la empatía hacen verdaderos malabares teóricos, como diferenciar entre una empatía cognitiva, saber lo que el otro vive, empatía emocional, sentir lo que el otro siente y empatía operativa, actuar a favor del otro movido por las empatías anteriores. El ser humano es todo un artista creando conceptos y tomándolos luego como realidades. Pero que podamos crear diversos marcos conceptuales que intentan recoger algunos detalles de la realidad y que, en parte, ofrecen cierta lógica explicativa no quiere decir que los conceptos que presentan se correspondan con la realidad.
Es curioso ver cómo los historiadores explican la guerra una vez que esta acabó, los economistas dan sus argumentos sobre la crisis cuando esta ya ha pasado y los politólogos hacen lo propio con los resultados de las elecciones cuando ya se ha hecho el recuento. Incluso dicen que ya se veía venir. Pero, en cambio, antes de guerra, antes de la crisis y antes de las elecciones, nadie sabe qué va a pasar. Entonces, esas explicaciones ¿están describiendo lo que ciertamente pasó o son simples esquemas lógicos creados que se aplican a la realidad? Cuando nosotros decimos conocer a una persona o sentirla, ¿la estamos ciertamente conociendo? Y lo que decimos sentir, ¿son sus sentimientos o los nuestros? Speamann decía que los sentimientos son de quien los siente. Entonces, ¿qué sentimos cuando decimos sentir al otro?
Hoy en día se habla de educar en la empatía, pero ¿es la empatía una capacidad a desarrollar o un deseo? ¿Y qué se está educando en los colegios cuando se dice que educan en empatía?
Cuando contemplo que otro se alegra o sufre y descubro en mí cierta alegría o dolor, ¿es eso empatía? La alegría o tristeza que siento, ¿es la suya o la mía? O ¿es la suya en mí?
Conocer o sentir el sentimiento del otro implica conocer la acción que el otro está viviendo. Pero ¿eso es posible? Imaginemos que veo a alguien que ha suspendido un examen o ha perdido el trabajo. A mí me duele tal situación, pero el otro ¿se está doliendo? Estoy asumiendo que el otro quería aprobar el examen o conservar el trabajo. Pero, ¿es eso cierto?, ¿o simplemente fue a probar suerte al examen? ¿Y duele igual si sé que no había estudiado? Del interior del otro, no sé nada o, por matizar un poco la expresión, digamos que sé poco. Únicamente por los acontecimientos que veo, no sé qué sentir. Necesito conocer dimensiones psicológicas y de la interioridad de la otra persona. Y eso, ¿lo conozco?
La empatía, pues, tiene muchos elementos de proyección o de atribución, y no tanto de percepción o conocimiento. No estoy negando que, cuando vemos a alguien, sintamos a la otra persona. Lo que estoy diciendo es que no podemos engañarnos pensando que mis sentimientos son los suyos. En nuestros primeros años de vida, adquirimos una serie de disposiciones en relación a los padres. Los estudios sostienen que proyectamos esas disposiciones ante las nuevas personas, incluso en la vida adulta. Cree el ladrón que todos son de su condición. La empatía no es tanto la evaluación de los estados emotivos del otro, sino la evaluación de su estado vital, lo cual supone que se está evaluando, por ejemplo, cuál es su situación, sus intenciones… Solo disponemos de unos pocos datos, una imagen, y todos los otros datos deben completarse para poder dar significado a la situación, que así dejará de ser ambigua y se podrá evaluar, pues todo sentimiento es una información acerca de una evaluación. En un artículo que está por publicar, estudiamos neurocientíficamente las empatías de segundo orden, es decir, en qué medida uno puede empatizar con la empatía de otro ante una situación. Lo que se veía era que, cuando todo era agradable, era fácil empatizar, pero cuando aparecían situaciones desagradables o situaciones ambiguas, la capacidad de adoptar una postura evaluativa, como requiere la empatía, era mucho más difícil de alcanzar y suponía activaciones cerebrales y tiempos distintos.
Además, ¿qué decimos cuando, por ejemplo, decimos sentir la tristeza del otro? Decir que la empatía reconoce sentimiento presupone aceptar que los sentimientos se pueden reconocer o identificar. Uno podría preguntarse: ¿Qué?, ¿no se puede? Pues la verdad es que no. Entonces, ¿por qué muchos programas de educación emocional dicen que lo primero que hay que hacer es identificar los sentimientos? Pues dicen eso porque no saben qué es un sentimiento. Los sentimientos no se identifican. Vamos a explicarlo con un ejemplo. ¿Se puede identificar que un objeto es un bolígrafo? Supongo que todos los lectores pensarán que sí. Yo también. Al decir que se identifica es que todos tenemos en la cabeza una idea formada de lo que es un bolígrafo porque conocemos las características básicas que los identifican, aunque otras características puedan variar de unos bolígrafos a otros. Cuando hacemos eso con los sentimientos y creemos identificar la tristeza, lo que hacemos es lo mismo. A la tristeza le hemos asociado unas características básicas que la identifican y, en la medida en que puedo aceptar esas características como presentes en lo que siento, digo que tengo tristeza. Pero, al hacer eso, lo que hacemos es un ejercicio de socialización o de estandarización de nuestros sentimientos. No olvidemos que esas características básicas son solo un artificio mental que, al igual que los politólogos, historiadores o economistas, creamos para hacer lógico lo ya vivido. Lo que hacemos es establecer correspondencias entre el sentimiento real vivido y esa idea-concepto de tristeza que NO es un sentimiento sino un constructo mental. Por eso, los sentimientos no se pueden identificar, sino conocer, lo que significa descubrir sus causas. Y lo del nombre que les pongamos casi es lo menos (ver término “Educación emocional”). Si eso ocurre con los sentimientos propios, que ya son difíciles de conocer, ¿qué pasará con los de los demás? Está claro, pues, que siento al otro, pero no siento sus sentimientos.
Otro tema importante es el de las tendencias personales, pues, como decimos en UpToYou, cuando uno no se conoce a sí mismo, se padece a sí mismo y hace sufrir a los demás. Y esto afecta a los procesos de empatía, pues cuando uno desconoce sus procesos de valoración, estos le parecerán los más obvios y evidentes y no los cuestionará. Entonces, los proyectará sobre el atribuyéndole el sentimiento que él siente, sin que el otro tenga que haber sentido nada parecido a ello.
La empatía como deseo es realmente deseable, porque nos habla de que queremos conocer y sentir al otro y ese deseo es bueno, pues pretende acercarnos al otro. Poder sentir la realidad compleja del otro como propia es estupendo y favorece el encuentro interpersonal, pero no hay que olvidar que esto es más un deseo que una capacidad real. Por ejemplo, desde la psicoterapia, Rogers decía que sin empatía no era posible el acompañamiento y lo mismo podríamos decir de la educación (sea del padre o del profesor) o de la dirección de personas en empresas. Ciertamente, necesito conocer y sentir de alguna forma la vida del otro y así hacerme cargo en alguna medida de su situación. La intención es buena, pero ¿es de verdad necesario tener esa capacidad? Estoy de acuerdo en que, sin conocer o sentir al otro, es difícil interactuar con él, pero ¿de verdad hay que tener esa capacidad pseudomágica de ponerme en el lugar del otro? Que necesite conocer y sentir al otro no quiere decir que tenga que tener la capacidad de poder ponerme en su lugar. Puedo hacer algo más sencillo para conocer y sentir al otro sin ponerme en su lugar: puedo preguntar.
Una vez una persona me dijo: “Te conozco mejor que tu madre” ¿De verdad me conoce mejor que mi madre? O, más sencillo todavía, ¿de verdad me conoce? ¿O simplemente me ha colocado unas etiquetas, que son tal vez fruto de sus heridas más que de un conocimiento real?
Daría miedo vivir con personas que tienen esa capacidad de superempatía, esa capacidad de escrutarte más allá incluso de lo que tú te conoces y te sientes. Insisto, ciertamente necesito conocer y sentir al otro, pero eso no quiere decir que tenga que tener esa capacidad mágica que me permite en la distancia poder escrutar al otro. Insisto, para conocer y sentir al otro puedo simplemente preguntarle. Y si él no sabe por qué siente lo que siente, tal vez confundido por la situación, podremos preguntarnos juntos qué está pasando.
Está muy bien querer ser empáticos en el sentido de querer conocer y sentir al otro, pero si nos creemos empáticos, deformaremos la experiencia vivida por el otro y nosotros viviremos una experiencia artificial. Como mínimo, es una falta de respeto.
¿Cómo distinguir la empatía del narcisismo revestido de aparente cuidado del otro? El narcisista se sobrevalora a sí mismo y a sus juicios y sentimientos y, aunque otros puedan verlo poco empático, él puede creerse muy empático. Y si, además, es un narcisista educado que sabe mostrarse preocupado por el otro, la cosa se complica más todavía. El narcisista no es tonto y sabe interpretar los comportamientos sociales y quedar bien. Tampoco se trata de culpabilizar al narcisista, pues no creo que uno elija ser narcisista.
Pero vamos a complicarlo más. ¿Sería posible usar una aparente empatía con gran elocuencia que en verdad es una manipulación emocional del otro? ¿Cómo saber que ese vendedor tan amable que comunica empatía no está simplemente queriéndome vender algo? ¿Sabía Maquiavelo ser empático? La falsedad se huele.
Con lo dicho hasta ahora, la empatía no queda bien parada, pero vamos a decir algo que cambia la situación. La empatía no solo puede entenderse como deseo, sino, además, como juicio y, en cuanto juicio, se convierte en imprescindible para actuar. La empatía tiene forma de juicio y sin juicios no podemos actuar, pero todo juicio (cuando se refiere a la persona) siempre está equivocado. Entonces ¿qué hacemos? Sin juicio no podemos actuar, pero todo juicio personal está equivocado. Parece que no hay solución ¿Qué salida nos queda? La salida es juzgar y luego cuestionar el juicio. Vayamos por partes.
Decir “Juan está triste” es un juicio pues une dos términos que no tienen necesariamente que estar unidos: “Juan” y “triste”. Un padre podría preguntar a la madre: ¿por qué no corregiste al hijo? Y la madre empática le contesta “porque le vi triste, luego se lo diré”. La empatía tiene forma de juicio. En el juicio de la persona, no estamos juzgando simplemente un estado, sino un estado intencional, pues hemos atribuido una intencionalidad y una interioridad al otro. Y al hacer eso, hemos juzgado. Sin el juicio, no sé situarme ante la realidad, pero vale la pena aprender a cuestionar los propios juicios. Me parece que es lo más respetuoso con la otra persona. El orden correcto no sería juzgar y actuar, sino juzgar, evaluar el juicio en la interacción con el otro y actuar cooperativamente.
Ya he dicho antes que el juicio sobre una persona, no es que sea incompleto, sino que siempre está equivocado. Si hacemos un juicio sobre un objeto, uno podría decir que es redondo y otro, rectangular, y los dos estarían acertando, pues cada uno estaría viendo el cilindro desde un punto de vista distinto. En tal sentido, los juicios sobre objetos podrán ser al mismo tiempo ciertos (luego no son falsos) e incompletos. En cambio, lo que afirmo es que el juicio sobre la persona siempre es falso. Si la realidad que juzgamos está hecha a partes, el juicio podrá ser cierto, aunque incompleto, pero si la realidad que juzgamos no está hecha a partes, resulta que, mientras no vemos todo, no podemos juzgarla, pues ninguna parte se explica fuera del conjunto. Esto hace que sea complicado incluso juzgar a un perro, pero podría llegar a ser posible. Pero en el caso de la persona, eso no será posible nunca porque la persona siempre es más y ningún conocimiento puede aprehender a la persona, pues precisamente la persona es quien rompe el conocimiento. Por eso, todo juicio personal solo puede ser falso. Por eso, si bien es cierto que no podemos actuar sin juicios, necesitamos romper la seguridad que nos dan los juicios.
En lugar de educar en la empatía, mejor educar en saber cuestionar los juicios empáticos y en favorecer la responsabilidad (ver término) ante el otro.
Se aprende a cuestionar los juicios empáticos creciendo en el autoconocimiento. Los estilos relacionales aprendidos en la infancia, los rasgos de la personalidad, la posición existencial que tomamos
ante este mundo, los objetivos con los que vivimos, las relaciones personales, las intenciones de nuestras acciones, hasta si estamos constipados o no, o si la comida nos ha sentado pesada, están influyendo en nuestra forma de percibir el mundo y de sentir al otro. Si ignoro esto, podré creer que conozco al otro mejor que su madre cuando en verdad lo que hago es padecerme y hacer sufrir a los demás.
Se educa la responsabilidad porque ningún juicio puede aprehender a la persona, ninguna explicación de mis acciones las justifica. Y, precisamente porque ninguna acción entre seres humanos se justifica, somos siempre responsables de lo que hacemos ante el otro. Si mis acciones ante el otro pudieran justificarse, ya no seríamos responsables, pues simplemente seríamos ejecutores. Estrictamente hablando, no puede educarse en la responsabilidad, pues uno no puede ser no-responsable a nivel personal (ver término). Rogers decía que, cuando la persona descubría su interior e iba descubriendo que uno siempre es autor de sus acciones, la responsabilidad emergía como fruto del auto-conocimiento.
Pretender conocer al otro es reducir al otro a nuestro conocimiento, si el otro es lo que yo conozco de él, él deja de ser persona pues no es más que lo conocido. ¿Quieres acercarte al otro? Fabuloso, aproxímate y pregúntale que vive, aproxímate y comparte tu vida. Con la experiencia de vida compartida empezarás a sentir más propiamente al otro.