Términos y mentalidades. Gusto y satisfacción

LA OPINIÓN DE. . . JOSÉ VÍCTOR ORÓN SEMPER

 width=Nacido en Valencia y reside en Madrid, escolapio. Doctor en Educación por la Universidad de Navarra. Licenciado en Estudios Eclesiásticos  e Ingeniero Superior de Caminos Canales y Puertos. Máster en Neurociencia y Cognición. Ha trabajado 15 años como profesor de secundaria y 6 años como investigador en el grupo Mente-Cerebro (ICS) de la Universidad de Navarra. Creo y dirige el proyecto UpToYou para la renovación de la educación e igualmente dirige el Centro SLAM Educación.

En LA OPINIÓN DE… Nos habla sobre términos y mentalidades. Gusto y satisfacción

 

 

¿Qué es lo que más te ha gustado? Esta es la pregunta que usan muchos educadores e instituciones para evaluar una actividad o incluso a una persona. Podemos darle a la pregunta un formato más elaborado: ¿Cuál es su grado de satisfacción sobre esta actividad? La primera formulación parece más utilizada para valorar la opinión del niño y la segunda, para valorar la opinión del adulto. Pero, ¿Qué es lo que se quiere expresar con estas preguntas? ¿Qué son el gusto y la satisfacción?

Son muchas las preguntas que nos podríamos hacer: ¿Es válido hacer algo porque me gusta o me deja satisfecho? Si el gusto y la satisfacción son los criterios para hacer algo, es normal que también sean los criterios para valorar algo. Si se pregunta por el gusto o la satisfacción para valorar algo ya hecho o vivido, también se está admitiendo ese criterio como válido para justificar una futura acción.

Algunos contestarán que ciertamente el gusto y la satisfacción deben ser el punto de referencia para valorar y decidir, apelando a que uno no tiene que depender del exterior, sino que, siendo sinceros con uno mismo, el mejor punto de referencia para uno, es uno mismo. Otros contestarán que el gusto y la satisfacción deben ser tenidos en cuenta, pero que son una referencia excesivamente subjetiva y volátil, pues lo que me gusta hoy tal vez no me guste mañana y, por tanto, hace falta introducir principios más sólidos. Ante esta respuesta, los primeros dirían que a qué viene esa obsesión por buscar ese punto de referencia como un principio sólido. A fin de cuentas, referirse a uno mismo, aunque con gustos cambiantes, también es un principio sólido: El yo.

La discusión entre estas dos posturas podría prolongarse indefinidamente con un cruce constante de reproches y recriminaciones. Sin embargo, aun pareciendo posturas muy distintas, las dos entienden el gusto de forma similar. El gusto sería para ambas una especie de rápida reacción ante el exterior que me impacta, y la pregunta de qué es lo que más te gusta sería una pregunta simple y clara. Nosotros pensamos sin embargo que esa pregunta no tiene nada de simple ni de clara. Es en verdad una pregunta compleja y ambigua. Para mostrar esto vamos a apoyarnos en María Montessori, en Lev Vygostsky y en David Perkins.

Montessori señaló que, de cara a su enseñanza, los procesos complejos deben descomponerse en procesos simples. Ella habla sobre todo de procesos sensoriales y de procesos comportamentales (como el de aprender a vestirse). Un proceso aparentemente sencillo está compuesto en verdad de muchos procesos de psicomotricidad simple (como el movimiento de precisión de los dedos) y de psicomotricidad gruesa (como el de los brazos), de equilibrio, de atención, de coordinación, de secuenciación de los diversos pasos y demás. Y a todo eso se le suma que la acción de vestirse necesita un objetivo más allá del mero hecho de vestirse, una intencionalidad y un estilo relacional. Ella nos enseña que, en lo simple, se están haciendo en verdad muchas cosas.

Vygostky, al hablar de procesos psicológicos más complejos o superiores, más allá de la mera percepción sensorial o el comportamiento práctico, señala que esos procesos psicológicos superiores como razonar o valorar ya no se realizan por mera agregación de procesos psicológicos inferiores, pues de la agregación de los mismos no surge el superior. Es decir, no puede hacerse una construcción únicamente desde lo inferior a lo superior, sino que también debe haber interacciones de lo superior a lo inferior. El acto complejo debe entenderse en sí mismo para, entender los detalles que lo conforman. Él nos enseña que los procesos psicológicos son muchos y complejos y que se afectan bidireccionalmente.

Por último, Perkins señala que la vida es compleja y que es necesario preparar al niño para esa complejidad porque, de lo contrario, no le estamos preparando para la vida. Perkins propondrá una forma de acompañar al niño para que éste sepa lidiar con la complejidad. Este proceso de acompañamiento no siempre es bien comprendido por los educadores. Hay educadores que piensan que vale la pena ir entregándole al niño piezas domesticadas de esa complejidad y, así, en la medida que se le van entregando más y más piezas, él podrá al final dominar el conjunto. Pienso que esta forma de acompañar es errónea. No se trata de que el niño haga un tránsito de “lo domesticado” a “lo complejo”, sino “de lo simple” a “lo complejo”. De lo domesticado nunca se llega a lo complejo; como mucho, se podría llegar a una máquina hecha de partes. Al niño no hay que darle cosas domesticadas, sino cosas simples para que sea él quien las domestique. Cosas simples serían cosas que requirieran solo un recurso psicológico y no muchos a la vez. Pero si al niño se le dan cosas domesticadas, por ejemplo, se le dice qué tiene que hacer, cómo tiene que comportarse para resolver un paso concreto, el niño nunca aprenderá a saber qué hacer, sino que simplemente aprenderá unas secuencias comportamentales que, en el mejor de los casos, solo servirán para la situación concreta para la que se le enseñaron. Perkins nos enseña que es necesario saber plantear procesos adecuados para que el niño aprenda a lidiar con la complejidad.

Probablemente alguien se está preguntando: ¿Qué tiene que ver todo esto con la pregunta sobre el gusto o la satisfacción? Pues mucho, porque ya he dicho que esas preguntas son muy complejas y ambiguas. La pregunta por el gusto o la satisfacción implica en verdad cuatro cuestiones:

  1. ¿Qué viviste? Lo cual pide un ejercicio de
  2. ¿Cómo valoras lo que viviste? Lo cual pide un ejercicio de consciencia de todo lo que supone a nivel personal (individual y relacional) la experiencia vivida.

Este punto segundo además descansa en:

  • Una educación en la sensibilidad y la percepción
  • Una consciencia de todas las dimensiones humanas tanto individuales como relacionales que se hacen presentes en la acción humana.
  • Una capacidad analítica para ver los efectos de la experiencia en cada dimensión y en el conjunto de las mismas.
  1. ¿Qué criterio tenemos para saber que, de dos cosas que valen, una vale más que otra? ¿Cómo ordenar las cosas valiosas? Se necesita tener criterios para la ordenación de valores.
  2. ¿Qué es lo más valioso? Se requiere orden y sistematicidad para aplicar el criterio o los criterios (punto 3) sobre cada una de las experiencias vividas (punto 1) y valoradas (punto 2).

Todo eso se está preguntando cuando se pregunta: ¿Qué es lo que más te ha gustado?

Pero todo ese proceso se obvia para pasar directamente a la pregunta por el gusto o la satisfacción, que tiene unas implicaciones educativas devastadoras, pues el gusto o la satisfacción quedan configurados como meras respuestas afectivas que, a modo de flash, acontecen en el interior de uno. Dibujan a una persona como si estuviera dirigida por las impresiones exteriores. No educamos para que la persona sea activa frente a lo que acontece, sino como si fuera primeramente pasiva. Se educa a la persona de tal forma que acaba pensando que percibir es un acto eminentemente pasivo en el que la realidad le afecta de forma unidireccional. Como vemos, se están educando muchas cosas: Una forma de entender la acción humana y, en concreto, una forma de entender la percepción. Al trabajar así, la pregunta por el gusto acaba remitiendo a la mera individualidad y a una experiencia meramente afectiva, circunstancial y puntual que, por ser eminentemente reactiva, es de por sí cambiante y volátil, con lo que la persona queda a expensas de ser direccionada desde fuera por sus meras impresiones.

El que es educado así es fácil de manipular. Se considera a las personas como meros agentes reactivos y, si se sacia su gusto afectivo y corporal, lo demás no importa. Esto lo conocían los romanos ya que podían dirigir a las masas gracias al principio de “pan y circo”. Dales pan y diviérteles y podrás hacer con las masas lo que quieras.

Muchos estudios tanto de filosofía como de psicología sirven hoy para rechazar esa visión de la acción humana y la percepción. La acción humana no es una reacción ante el exterior, ni la percepción es un acto pasivo del impacto del exterior, sino que en ambas la persona está activa desde su interioridad en una experiencia de encuentro con el mundo que, además, siempre es social.

La pregunta por el gusto o la satisfacción me parecen preguntas estupendas y que están muy bien formuladas y por tanto son un punto muy positivo para apelar tanto a la valoración como a la decisión de la acción. El problema no está en las preguntas, sino en cómo y cuándo se le proponen. Según cómo y cuándo se pregunte, se educa a la persona de una forma u otra.

No es lo mismo que la profesora o profesor de infantil haga su asamblea del lunes preguntando a los niños qué es lo que más les ha gustado o que les vaya haciendo una secuencia de preguntas: ¿Qué hiciste? Y eso, ¿Fue bueno? ¿Y por qué fue bueno? ¿Y qué aprendiste? Y eso, ¿Es importante? ¿Y qué paso en la relación con los demás? Y eso, ¿en qué te ayudó a poderte entender o jugar con el otro? ¿Y cómo sabemos que algo es bueno? Y si tenemos dos cosas buenas, ¿Cómo sabemos cuál es la mejor? Y si ahora vamos pensando en todo lo que nos has contado, ¿Cómo podríamos ordenar las cosas de más valiosas a menos? ¿Y en qué orden queda todo lo que cuentas?

Hemos cambiado una pregunta, ¿Qué es lo que más te ha gustado?, que se realiza en menos de un segundo y demanda una respuesta clara y concreta, por un diálogo de calidad. Al hacer la pregunta directa por el gusto, una pregunta compleja y ambigua para la cual el niño no está preparado y para la que se le pide un posicionamiento rápido, al niño se le está impidiendo pensar y hacer presente su interioridad. Educar, educar bien, requiere tiempo. Hace falta saber preguntar, saber dialogar, saber acoger los pensamientos diversos sin corregirlos, pero sí demandando calidad en la respuesta. Los que no estén acostumbrados a pasar ese tiempo delicado y cuidadoso de diálogo con los niños pensarán que eso no es posible, que eso es complicarse mucho la vida o que el niño no está preparado para diálogos tan “complicados”. Pero eso no es más que justificar su propia incapacidad o ignorancia bajo la excusa de que el niño no puede dialogar así o que él no tiene tiempo. Os invito a conocer el programa “filosofía para niños” creado por Matthew Lipman para saber que esto no solo es posible, sino que es una experiencia muy gozosa tanto para el niño como para el educador.

Las implicaciones emocionales que esto tiene son tremendas. Si se lanza la pregunta de qué es lo que más te gusta a bocajarro y sin tiempo, las emociones acaban siendo una mera cuestión de reacción dirigida desde el exterior. Las emociones ocurren en uno (porque es uno el que se emociona), pero no son propiamente suyas pues no hablan propiamente de uno sino de la realidad que le impacta. Así podemos acabar culpando al exterior de las emociones propias y hablar, por ejemplo, de personas tóxicas cuyo impacto nos toxifica.

Pero si acompañamos a las personas dividiendo las preguntas complejas las en procesos que supongan cada vez un recurso psicológico concreto (memoria, consciencia, sensibilidad, etcétera), la persona descubrirá que el gusto y la satisfacción son en verdad algo complejo y al mismo tiempo atractivo porque toda la persona se hace presente en ellos. Las emociones en tal caso, ya no son una reacción, sino que son fruto de la complejidad de la vida humana en su actuar en su encuentro con el mundo. De nuestras emociones ya no podemos ir culpabilizando a los demás. Ya no existe la persona tóxica, sino que lo tóxico es vivir la vida como se vive.

Papá, profesor, en tu próximo diálogo con tu hijo o alumno, tómate tiempo, haz las preguntas adecuadas y en su orden, disfruta de dialogar con él o ella y descubrirás otra forma de pensar y educar.

 

Educacion.press

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