LA OPINIÓN DE. . . JOSÉ VÍCTOR ORÓN SEMPER
Nacido en Valencia y residente en Navarra, escolapio, grupo Mente-Cerebro (ICS) UNAV (Universidad de Navarra). Doctor en Educación por la Universidad de Navarra. Licenciado en Estudios Eclesiásticos en el año 2001 por la facultad de Teología San Vicente Ferrer, Valencia. Ingeniero Superior de Caminos Canales y Puertos en el año 1997 por la Universidad Politécnica de Valencia. Máster en Neurociencia y Cognición por la Universidad de Navarra. Máster Internacional en Bioética por la cátedra Jerónimo Legeune. Profesor en educación secundaria obligatoria y Bachillerato. Autor del programa UpToYou, proyecto para la educación emocional del adolescente. En LA OPINIÓN DE… Nos habla sobre términos y mentalidades. Habilidades socio-emocionales.
De ordinario, escuchamos que la educación emocional, por ser un acto educativo más, consiste en adquirir una serie de competencias, en este caso, socio-emocionales; en tal caso, lo que se busca es dar herramientas a la persona para que sepa situarse ante un acontecimiento emocional con los recursos suficientes para no verse afectada de tal forma por el evento emocional y que esto le impida alcanzar sus propósitos individuales. O incluso más, para que sepa aprovechar tal acontecimiento emocional para favorecer tales propósitos.
Desde luego, buenas intenciones no le faltan a este modelo. Pero no hay que olvidar que las competencias no dejan de ser competencias y admiten muchas formas de ser usadas. Es decir, por ejemplo, un martillo es una herramienta y alguien podría sostener que una cosa es aprender a usar el martillo y otra cosa será para qué se use dicho martillo. De la misma forma podría hablarse de las habilidades o competencias.
La habilidad se diferencia de la herramienta en que la habilidad lo es de la persona, mientras que la herramienta es algo independiente de la persona. La competencia no deja de ser una habilidad a la que se ha añadido una gran versatilidad y transferencia. Pero, salvando esa diferencia, herramientas, habilidades y competencias comparten el mismo problema.
Igual que el martillo puede usarse para clavar clavos, también puede usarse para golpear a alguien. Exactamente igual ocurre con la habilidad y la competencia y no es extraño ver cómo en ocasiones alguien las use para manipular a otros (Esto ya lo denunció Platón al ver que algunos consideraban que educar era aprender técnicas desligadas de la vida y el resultado fue era que usaban la técnica para ir contra otros).
Dado este problema, hay quien plantea que tal educación competencial debe completarse con una educación en valores. Pero afirmar eso supone responder afirmativamente a la pregunta de si puede independizarse lo que se enseña del para qué se enseña. Personalmente pienso que no puede independizarse, por tanto por lo que no pueden enseñarse por un lado las habilidades, la competencia o la herramienta y luego, por otro lado, completarlo con esa educación en valores, por lo que la solución no es enseñar las dos (compentencias+valores), sino buscar otra forma de enseñar.
La mentalidad de educar por complementos es una “chapuza”, pues lo que ya tiene significado por un lado, ¿Por qué completarlo? Y, si es tan necesario el complemento, ¿Cómo es que no estaba antes? Además, los que hablan de educación en valores entienden estos como una realidad objetiva, reconocible y estándar, por lo que creo que ignoran lo que en verdad es un valor (ver término valor de próxima aparición).
Volvamos al tema de las habilidades y competencias, en este caso socio-emocionales. De forma simplificada, podríamos decir que éstas buscan dar recursos de orden psicológico, al estilo de estrategias que permitan situarse ante un evento emocional de una forma segura. Por ejemplo, si quiero comprarme algo que vale 100 euros y sólo tengo 50, me frustro. ¿Cómo situarme ante esa experiencia frustrante? Pues, por ejemplo, desplegando ciertos recursos psicológicos como decir: “pues no lo necesitaba tanto” o “bueno, no tengo eso, pero tengo eso otro”. Esta propuesta, con toda su buena intención, tiene varios grandes problemas: La propuesta de educación en habilidades socio-emocionales ignora lo que es la acción humana, la comunicación humana y la realidad emocional. Veámoslo por partes.
Ignora lo que es la acción humana la cual tiene tres dimensiones que podemos llamar: interior, psicológica y comportamental. Obviamente ninguna de esas dimensiones puede activarse con independencia. Ya Aristóteles señaló que todas nuestras acciones vuelven sobre nosotros y nos configuran en lo que somos. Por eso, nuestro interior se hace presente en nuestros comportamientos. Igualmente, no cabe dimensión comportamental sin una activación psicológica y viceversa. Las habilidades socio-emocionales pretenden situarse en la dimensión psicológica sin afectar a la interioridad. Así lo pretenden cuando intentan enseñarlas como meros recursos a modo de consejos o recetas, como quien despliega una gama amplia de herramientas para que se usen según el objeto que tenga que ser manipulado.
Pero los filósofos de la educación saben que no se pueden separar el qué se enseña, el cómo se enseña y el para qué se enseña. Negar tal separación es una forma de decir que las tres dimensiones de la acción humana deben enseñarse simultáneamente, pues asumir una postura sobre una de las tres afecta a las otras dos. Además, en el actuar humano, las tres están siempre presentes. En cambio, encontramos que al enseñar habilidades desconectadas de la interioridad, se está enseñando que la acción no es más que una cuestión técnica que no afecta a la interioridad de la persona. Pero, en verdad, tomar ciertas posturas sobre la realidad siempre nos afecta en nuestra interioridad.
En UpToYou afirmamos: No se trata de aprender a hacer, sino de aprender a ser. Esto no implica olvidarse del aprender a hacer pues no hay forma de aprender a ser sin aprender a hacer. Aprendemos a ser viviendo (haciendo), luego aprender a ser implica aprender a hacer. Pero no al revés. Es decir, dos personas pueden hacer lo mismo con dos formas muy distintas de ser.
El acto humano surge desde la interioridad humana, se expresa con dimensiones psicológicas y se concreta en comportamientos concretos. Hay que ayudar a que las personas actúen desde su interioridad en un diálogo de intimidad a intimidad con otros seres humanos. La propuesta de habilidades socio-emocionales pretende enseñarlas ignorando la interioridad de la persona, al presentarlas como unas técnicas psicológicas que afectan solamente a niveles comportamentales. Las habilidades socio-emocionales, por tanto, acaban escindiendo la interioridad de la acción humana. Pero el problema es que las dimensiones de la persona no son escindibles; por ello, lo que de verdad están enseñando es a comportarse anti-humanamente.
La propuesta de habilidades socio-emocionales ignora también qué es la comunicación humana. La singularidad de la comunicación humana está en que lo primero que evaluamos al relacionarnos con alguien es la intencionalidad del otro sobre uno mismo. No es que simplemente evaluemos cuál es la acción que pretende hacer el otro y cuál será la afectación que tendrá sobre uno mismo. Eso ya lo hacen los animales, sino que los humanos, además, evaluamos qué consideración tiene de mi persona la otra persona: en sus acciones, ¿me está acogiendo o rechazando como persona? Los seres humanos somos extremadamente inteligentes para detectar tal intencionalidad, que es de orden personal. La olemos, la sentimos, la respiramos en una palabra la intuimos. Y, cuando la detectamos, cambia radicalmente la forma de interactuar con la otra persona. Esto no es una deficiencia sino una gran ventaja porque ¿Por qué acoger lo que el otro me dice si no quiere mi bien? Sabiendo esto, imaginemos que una persona ha aprendido la habilidad socio-emocional de que mirar a los ojos de otro, sonreírle y tomar una postura corporal concreta, con su tono de voz pertinente, aumenta considerablemente las probabilidades de que el otro crea lo que se le dice. Y lo hace así sin que eso nazca de su interioridad. El otro olerá y detectará su verdadera intencionalidad y, así, la supuesta habilidad, en lugar de ayudar a la comunicación, la impedirá pues el otro notará que han querido manipularle. Hay personas que, de tan educadas que son en sus expresiones, son asquerosamente educadas, pues sus muestras educadas no hablan de un ser que acoge al otro, sino en verdad de un muro protector para impedir que el otro se acerque.
Esta habilidad de aprender a oler la intención el niño la está aprendiendo en casa y es, en fondo, lo que va a dar credibilidad y autoridad a los padres.
Por último, la propuesta de habilidades socio-emocionales ignora la realidad emocional porque atribuye la carga emocional al evento y esto no es verdad ni tan siquiera en el caso de los animales, donde no se puede entender su reacción emocional sin saber cómo se sitúa ese evento en el contexto de los otros eventos que ha vivido y vive. El evento no tiene carga emocional al margen de la relación de esa experiencia con las experiencias pasadas. Y, aunque el animal vive encerrado en el presente (sólo el ser humano tiene tiempo), el pasado le afecta como punto de partida para su presente.
Pero, en el ser humano, la complejidad es mucho mayor. Porque si, en el animal, la reacción emocional habla de la historia vivida, en el ser humano, las emociones hablan de él mismo pues el ser humano se emociona desde su interioridad. En el animal, las emociones acontecen en él, pero no hablan de él, sino de sus interacciones con el contexto a lo largo de su historia. Las emociones animales tienen una dimensión meramente reactiva; son acordes a su natural forma de sentir el entorno: en cambio, en el ser humano, las emociones no sólo ocurren en uno, sino que son de uno. En el ser humano, la propia interioridad está activa en su experiencia emocional, pues la postura existencial que esa persona viva será determinante para que la realidad emocional transcurra de una forma o de otra. El cómo uno entiende la vida, las relaciones, el mundo y a uno mismo y el cómo uno desea situarse respecto de ello marca una postura existencial que afecta a todos los niveles de la experiencia emocional. Por eso, la propuesta de habilidades socio-emocionales estaría muy bien para los animales, pero no para las personas. Estaría muy bien para los animales porque las emociones acontecen en ellos, pero no hablan de ellos, sino del impacto de algo exterior en su actualidad, donde su pasado se condensa. Aprender a tomar posturas protectoras frente a esa realidad exterior o incluso aprovecharla para la consecución de los propios objetivos podría estar muy bien. Sin embargo, en el ser humano, la emoción no sólo ocurre en él sino que habla de él, por lo que tomar una postura protectora frente a ello sería considerarse a uno mismo como enemigo.
No corresponde que la persona despliegue habilidades socio-emocionales para actuar sobre un objeto exterior, entre otras cosas, porque el objeto emocional es interior. Lo que necesita la persona es conocer bien por qué siente como siente para crecer en el auto-conocimiento emocional. Y conociéndose, conocerá mejor cuál es su postura existencial de hecho y esto le empujará a que se pregunte no solo ¿Qué tipo de persona soy? Sino también ¿Qué tipo de persona quiero ser?
No dejéis que animalicen a vuestros hijos y alumnos, no se trata de enseñar a hacer cosas sino de aprender a ser. La interioridad no podemos perderla en ningún momento, pues de lo contrario, correremos el riesgo de no recuperarla.
Para acabar, el dibujo que sigue quiere expresar la diferencia entre educar habilidades socio-emocionales o educar a actuar desde la interioridad en un diálogo de intimidades.