Términos y mentalidades: Impulsos e instintos

LA OPINIÓN DE. . . JOSÉ VÍCTOR ORÓN SEMPER

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Nacido en Valencia y residente en Navarra, escolapio, grupo Mente-Cerebro (ICS) UNAV (Universidad de Navarra). Doctor en Educación por la Universidad de Navarra. Licenciado en Estudios Eclesiásticos en el año 2001 por la facultad de Teología San Vicente Ferrer, Valencia. Ingeniero Superior de Caminos Canales y Puertos en el año 1997 por la Universidad Politécnica de Valencia. Máster en Neurociencia y Cognición por la Universidad de Navarra. Máster Internacional en Bioética por la cátedra Jerónimo Legeune. Profesor en educación secundaria obligatoria y Bachillerato. Autor del programa UpToYou, proyecto para la educación emocional del adolescente. En LA OPINIÓN DE… Nos habla sobre términos y mentalidades. Impulsos e instintos.

El otro día escuché a una niña de apenas año y medio decir en voz alta, muy orgullosa y sonriente “me he tirado un pedo”. Me sorprendió la energía que puso en la frase, pero sobre todo la felicidad por poder compartir un hecho tan remarcable. Sorprende la frase, no sólo por su corrección sintáctica y gramatical;  sino por hacer algo que ella vivía como una celebración familiar.

Espero que al final del artículo  se comprenda que  lo mejor que pueden hacer los padres es recoger orgullosamente el regalo del “pedo de su hija”.

Alguien podría pensar que a esa niña hay que enseñarle educación y que, por favor, aprenda pronto a comportarse como se debe, porque uno no se tira ventosidades en público y menos hace ostentación de ello. Es decir, hay que educar unos comportamientos. Sólo tienes que mirar en la web y encontraréis muchos recursos y libros sobre las ventajas de educar en rutinas y cómo  hacerlo. Se trata de ir poco a poco poniendo orden a ese saco de impulsos de un niño pequeño que lo quiere todo centrado en su ego y no ve más allá. Por ejemplo, quiere jugar cuando toca dormir o comer. Vale entonces la pena que aprenda que cada cosa tenga su momento y que aprenda a distinguir por signos lo que corresponde hacer en cada caso. Por ejemplo, la luz apagada y la cuna es para dormir; y el babero y la trona quieren decir comer.

Esa propuesta, a la que no se le niega su lógica adulta, no sólo es una equivocación, sino que tiene malas consecuencias, pues la infancia no es la época para educar los llamados impulsos, sino para generar las disposiciones adecuadas para el crecimiento personal. Además, educar en rutinas supone confundir el efecto con el objetivo. Lo que voy a proponer es que adquirir la rutina es un efecto y no puede ser tomado por objetivo.

Para explicarlo voy a contaros lo que un psicoanalista, Kohut, decía sobre “el regalo fecal” que el niño da a la madre y  aconsejaba acogerlo “orgullosamente” por parte de la madre. El entendía y proponía que el niño nace ya constituido en confianza. Se trataría de una disposición psicológica innata. La forma que tenga la madre de interactuar con su hijo llevará a que esa confianza básica sea confirmada o negada. Tanto Kohut, como otro gran psicoanalista, Winnicott, decían que la primera tarea que hace el niño recién nacido es construir una imagen de la madre y de sí mismo, lo cual acontece a un mismo tiempo y lo hace de una forma creativa y gracias a su capacidad, también innata, de integrar vivencias emocionales dispares. Los dos sostienen que la forma como la madre reacciona ante lo que vive el niño es lo que usará el niño para comprender lo que pasa, en definitiva, para comprenderse y comprender lo que son las relacionas humanas. Lo más importante para nuestra vida lo estamos aprendiendo antes del año de vida.

Kohut decía que si la madre trata al hijo como un “saco de impulsos” que hay que ordenar, entonces el niño no descubrirá que es sujeto y autor de su vida, sino que se entenderá como es saco de impulsos. Entenderse así, como saco de impulso, es ya una situación enfermiza. Da igual que la madre sea complaciente ante lo que ella entiende impulsos o severa en sus correcciones, el caso es que se sitúa ante el niño como si fuera un juego de impulsos y eso acabará siendo, porque el niño proyecta sobre sí mismo, la imagen que la madre tiene.

Desde que el niño nace vive dos grandes principios que el psicoanálisis nombra como principio de realidad y principio de satisfacción. El principio de realidad es la constatación, que bien pronto descubre el niño, de que la madre no es él. Cuando el niño es amamantado y experimenta que el pecho de la madre se separa de él descubre la presencia de la madre. El principio de satisfacción es comprobar que en las necesidades, por ejemplo de ser acariciado, es atendido por la madre. La madre tiene que saber situarse ante ese juego de forma que el niño descubra que la relación es directa estable y segura.

Imaginemos que llega la hora de comer y el niño está jugando y no quiere comer. Eso se llama frustración o contrariedad. La vida está llena de ellas y literalmente crecemos a partir de ellas. Ante la frustración imaginemos que el niño reacciona como cuando algo no funciona, chilla, llora, se tensa y bloquea a la interacción. Unos podrían pensar que cuanto antes adquiera la rutina mejor y por eso centra la educación en adquirirlas; otros tal vez dicen que hay que dejarle estar y que haga lo que quiera. En los dos casos los padres se relacionan con el comportamiento del niño, pero no con el niño.  Podríamos preguntarnos qué es mejor: educar en rutinas o educar en saber vivir la frustración. A esta segunda opción es lo que llamo educar en disposiciones. Educar en disposiciones es una alternativa a educar en rutinas. Al educar en disposiciones las rutinas aparecerán como un efecto. Pero como ya he dicho en otros artículos desde lo menor no se alcanza lo mayor, pero desde lo mayor no sólo se alcanza lo menor, sino que además ambos brillan en todo su esplendor. Traducido a nuestra situación es que quien eduque en adquisiciones de rutinas (comportamientos) educará en unas malas y patológicas disposiciones. Y encima, el niño no aprenderá a comportarse (no será un niño educado), sino que, en el mejor de los casos, será un niño entrenado que aprenderá a reproducir ese comportamiento tal cual animal adiestrado. Pero quien eduque en disposiciones educará de una forma sana y las rutinas pasarán a ser potenciadoras del propio crecimiento del niño.

Si ante algo que vive el niño, bien sea sentimientos de frustración o el hecho de hacerse caca es recibido por la madre transmitiendo una experiencia de disfrute en el encuentro con el niño en medio de esas circunstancias, el niño proyectará sobre si el pensamiento de que eso que le ocurre son cosas que pasa y con la naturalidad del comportamiento de la madre el niño aprenderá a saber qué hacer. Pero si la madre por el tacto, la voz y la expresión del rostro transmite que eso que pasa no toca, el niño pensará que eso que le pasa y que él hace no está bien hecho pues ve peligrar la relación con la madre por causa suya. Pensará que esas emociones y reacciones instintivas son fuerzas que operan en él, ante las cuales se asustará y deseará controlar. Cuando de ordinario se dice que los niños regulan su comportamiento en función de la reacción emocional de la madre se está dando por buena una educación patológica del niño. La educación del comportamiento es efecto, no objetivo. También el niño aprenderá a saber qué hacer cuando esté frustrado, pero eso es un efecto. La reacción emocional de la madre le está enseñando al niño quien es él en persona. Tengámoslo bien claro: lo primero que hace el niño es conocerse a sí mismo y a la madre. Conocido eso ya vendrá todo lo demás. Por eso, si la madre orgullosamente recoge el regalo fecal del niño, también aprenderá a apartar el depósito fecal de su cuerpo, pues de hecho la madre sonríe mientras lo retira, pero lo primero que aprenderá es que él es sujeto y autor y no un saco de impulsos.

Si la madre se centra en educar en el comportamiento el niño, pensará que él es un saco de impulsos que necesita controlar para no alterar a su madre. No nos equivoquemos, en este momento aprender a comportarse es una necesidad del adulto, no del niño.

Cuando la niña del principio compartía con la familia “me he tirado un pedo” está compartiendo una nueva experiencia vivida de forma consciente y en un mismo acto está aprendiendo quien es ella, los demás, como relacionarse y  cómo comportarse. Posiblemente esa niña ante el primer pedo que se tiró y fue consciente de ello se extrañó. ¿Qué me pasa? Si la madre reacciona de forma sonriente y distendida ante ella, la niña entenderá que eso son cosas que pasan y que no condiciona la relación con la madre y ya de mayor comparte con su frase que ha aprendido e identificado lo que le pasa.

Cuando damos por hecho que en nosotros hay una serie de impulsos destructivos  que hay que controlar para acabar estando más o menos bien y con un comportamiento operativo y funcional según las necesidades de la vida pensamos que el control de los mismos es la solución, cuando eso en verdad es perpetuar a la persona en una estructura psicológica ya patológica. Lo que la persona tiene que descubrir es que ella es sujeto y autor y no saco de impulsos.

El mismo proceso se dará en personas adultas, porque lo que se está contando no tiene que ver con los niños, sino con la naturaleza humana. El joven violento o agresivo no reconocerá que lo es mientras no descubra que su violencia es impedimento para ser acogido. Cuando descubra que su violencia no pone en cuestión la relación interpersonal podrá, ya sin miedo, reconocer su violencia. A las personas, lo que más nos importa es ser acogidos como persona. Si lo somos, sobre eso se puede hacer lo que sea. Pero hace falta para ello no centrarse en el problema de la persona, sino en la persona que vive esa situación.

No trates a los demás como un saco de impulsos a los cuales hay que ordenar, ya que de lo contrario no descubrirá su capacidad de ser autor de su vida, no se situará ante su vida con una postura creativa integrando todas sus vivencias.

Retomamos el ejemplo del niño que juega, pero llega la hora de comer. Lo difícil de la situación es que tanto querer controlar los impulsos (y por tanto tener por objetivo la adquisición de rutinas) como dejar al niño suelto con sus impulsos (y dejar que el niño haga lo que quiera) son dos intervenciones negativas de cara al desarrollo personal, donde estamos enseñando al niño que él es “saco de impulsos”. Otros toman la opción de manipular al niño afectivamente y con entretenimientos despistar al niño de un sitio a otro. En todos esos casos no se está educando al niño sino adiestrándolo o asilvestrándolo (según la opción tomada). Educativamente hablando lo que valdría la pena plantearse es cómo aprovechar el hecho de que hay que pasar del juego a la comida para convertirlo en una ocasión para la mejora de las relaciones interpersonales. Esto ayudará a que el niño se descubra como persona y no como saco de impulsos a controlar.

En UpToYou la clave educativa es siempre la misma: aprovecha las diversas circunstancias de la vida para la mejora de las relaciones interpersonales.

Educacion.press

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