Términos y mentalidades. Duelo

LA OPINIÓN DE. . . JOSÉ VÍCTOR ORÓN SEMPER

 width=Nacido en Valencia y reside en Madrid, escolapio. Doctor en Educación por la Universidad de Navarra. Licenciado en Estudios Eclesiásticos  e Ingeniero Superior de Caminos Canales y Puertos. Máster en Neurociencia y Cognición. Ha trabajado 15 años como profesor de secundaria y 6 años como investigador en el grupo Mente-Cerebro (ICS) de la Universidad de Navarra. Creo y dirige el proyecto UpToYou para la renovación de la educación e igualmente dirige el Centro SLAM Educación.

En LA OPINIÓN DE… Nos habla sobre términos y mentalidades. Duelo.

 

 

Nadie negará que el duelo está cargado de emociones. Así pues, es obligatorio que un vocabulario emocional tenga un término sobre ello. El contexto del duelo está claro: alguien a quien queremos está muerto. Aristóteles venía a decir que recordar al ausente era una experiencia emocional de estilo agridulce, pues, si por un lado nos dolemos por la ausencia, al mismo tiempo no hay forma de ser conscientes de la ausencia sin recordar la presencia y ésta, la presencia, es en estos momentos más dulce que nunca. En el duelo eso se da de una forma extrema: extremo es el dolor y extrema es la dulzura del recuerdo. Los dos son extremos debido a la irreversibilidad del momento: su ausencia no tiene vuelta atrás y su presencia nunca será recuperada. Tras la muerte solo quedan dos opciones: el vació o el crecimiento.

Incluso aunque se disfrute de la fe, lo que es totalmente cierto es que lo que se ha vivido nunca más se volverá a vivir. Y ese nunca hace extrema la situación. La ruptura es radical. La palabra ‘ruptura’ será fundamental para saber cómo nos podemos situar creativamente ante esta situación, pues comparte algo con la palabra frustración.

Hay que decir que cualquier intento de atenuar la radicalidad de la ruptura, podrá ser bienintencionado, pero es realmente “hacer el ridículo” o, en el peor de los casos, será un insulto y una falta de respeto hacia quien se duele por la irrevocable ausencia. Ciertamente, cuando asistimos a un duelo, queremos decir algo que ayude y, cuando somos nosotros los que nos dolemos, nos agrada la compañía de los demás. Pero, la verdad, es que lo mejor es no decir mucho, ya que es facilísimo acabar diciendo tonterías.

A mí siempre me ha ayudado escuchar ese consejo de Pablo de Tarso: lo que digas sea bueno, oportuno y constructivo. Así que, si no se da alguna de las tres condiciones, es mejor callarse. Pablo decía eso propiamente del hacer en general, pero creo que no es difícil trasladar su consejo al momento del que hablamos.

La presencia de los cercanos es una ayuda. Aunque también ésta puede ser fuente de dolor, pues su presencia resalta la ausencia de quien se quisiera presente y no lo está. Pues estamos todos, pero no él o ella. Sea como sea, no hay forma de escapar del dolor al constatar la ausencia del dulce recuerdo de la presencia.

Cuando somos superados y lo constatamos, solemos llorar. Por ejemplo, por eso lloramos cuando en un accidente nos sentimos salvados pudiendo haber muerto o ante el nacimiento de un hijo o la muerte de un ser querido. Las lágrimas son lo que podemos ofrecer cuando la impotencia de nuestros recursos es obvia. Llorar se convierte en la ofrenda de amor que podemos dar, aunque tristemente pronto evidenciamos la ineficacia de la ofrenda. En el duelo, cualquier pequeño gesto se convierte en doloroso por el recuerdo de la dulce presencia ya rota para siempre.

Insisto, cualquier paliativo del momento acaba siendo infructuoso y eso es así porque en el duelo se masca la impotencia pues no hay forma de volver atrás. No hay forma de recuperar lo perdido. Desde UpToYou, queremos preparar a la persona para este momento ayudándole a que, desde cualquier situación, se plantee como creativamente se puede situar para crecer. Pero, no hay dolor que paliar, pues el dolor acabará siendo, como veremos, la posibilidad de crecimiento. Ante cualquier problema por pequeño que sea, nunca proponemos volver hacia atrás para recuperar el equilibrio perdido. Por eso, en UpToYou nos negamos a situarnos ante la frustración (ver término frustración) como algo que hay que arreglar. También en el duelo se da el triángulo educativo que tanto usamos: quien sufre el duelo (educando), el familiar ausente (educador) y el evento de la muerte (objeto).

A alguien le podrá extrañar llamar educador a quien ha fallecido, pero en verdad lo es. Aunque esto es válido en cualquier fallecimiento, donde se ve con más naturalidad es cuando el hijo contempla la muerte de uno de sus padres. El padre o madre difunto está educando al hijo a situarse más allá de la muerte. Digamos que es el último acto educativo que realiza. Pues, si bien el dolor por la muerte nos cierra el foco y nos hunde en la miopía de solo contemplar la ausencia, el padre o la madre difunto nos ayuda a abrir el foco y nos hace no solo contemplar la totalidad de la vida vivida y compartida, sino también la misma llamada a seguir amando, aunque el amor duela. Amar es declarar la presencia del otro como un bien para mí, al mismo tiempo que me entrego personalmente al otro. En el amor lo único que cabe entregar es a uno mismo, pues la entrega de cualquier otro bien es hacer el ridículo. Si se entregan cosas, es solo a modo de excusa para la verdadera entrega. Ciertamente amamos cuando afirmamos la vida recibida del otro. Así lo hacen en África, donde el funeral consiste en celebrar el regalo inmerecido de la presencia del ahora difunto, así como la vida compartida durante su vida terrena. Pero el amor no se limita a ello. Decíamos que en nuestro triángulo educativo, la muerte es el objeto, y el objeto siempre se usa en beneficio del encuentro interpersonal. Entonces, se produce una contrariedad; lo que me duele es lo que me permite amar. La muerte puede convertirse en oportunidad de seguir amando. Pero las oportunidades hay que construirlas pues no lo son por sí mismas. Gracias a su muerte, puedo amarle de una forma nueva. Encontrar esa nueva forma de quererle es el amor que crece, crecimiento que se da por la muerte y durante el tiempo del duelo. Sin la muerte del otro, mi amor no crecería, pues su muerte me está enseñando mucho, me está enseñando una nueva forma de amar.

Esa es la enseñanza que el difunto educador me ofrece. Con toda enseñanza se aprende algo nuevo y se descubre un error. En este caso, el error se llama estupidez. Amar al ausente nos libra de la estupidez. El estúpido es quien no sabe descubrir qué es importante. Estúpido y necio son términos sinónimos. Contemplar al familiar difunto en la experiencia agridulce del presente ausente nos libra de la estupidez de ir por esta vida entregándonos a objetivos que no son dignos del ser humano. Sólo un ser humano puede ser receptor digno de la entrega de otro ser humano y cuando nos entregamos a cien mil objetivos y proyectos que no son la excusa para la verdadera entrega personal, literalmente hacemos el ridículo. El estúpido hace el ridículo.

Convertir la muerte en la nueva oportunidad para poder amar es la forma de crecimiento que necesitamos para poder seguir siendo humanos en tales circunstancias. Si vivimos como si la persona cercana no hubiera muerto, nos llenamos de estupidez. Si somos absorbidos por la muerte (el objeto) nos perdemos la relación personal. Esto último les ocurre a personas que se sienten culpables si, después de un tiempo, vuelven a sentir alegría. Por un lado, hay que saber que siempre queda un dolor residual porque uno descubre que podría haber amado más. Siempre hay una deuda de amor que nunca se salda. Pero, por otro lado, si se convierte el acontecimiento de la pérdida en una oportunidad para encontrar nuevas formas de amor, la alegría también tendrá su lugar. En tal caso, dolor y alegría no son términos opuestos. El acto educativo siempre consiste en ‘usar’ el objeto para la mejora de las relaciones interpersonales. El objeto (la muerte) hay que usarlo: ni dejarnos atrapar por él, ni ignorarlo.

Solo cada uno desde su interioridad puede dar respuesta a la pregunta de cómo usar la muerte para amar al ausente? . Esa es la experiencia educativa encerrada en el duelo. Pero como todo ser humano que aprende, empezamos siempre a tientas y con mucha torpeza. Cuando dos personas han pasado la vida juntas y una de ella muere y a la otra le toca seguir viviendo, la que sigue viviendo no sabe vivir. El duelo también consiste en aprender a seguir viviendo. En ocasiones, la muerte nos sorprende tanto que uno se pasa el entierro en estado de shock debido a lo absolutamente inimaginable del acontecimiento. En ese caso, el dolor emerge poco a poco después de los funerales. El primer año de duelo es fundamental, pues cada acontecimiento es un aniversario de la muerte: las primeras navidades sin él o ella, las primeras vacaciones, etcétera. Por eso, no es extraño que la experiencia del duelo dure tanto. El duelo es la experiencia educativa de aprender a usar la muerte para amar al ausente.

Pero la enseñanza del ausente no se acaba ahí, sino que su muerte nos ayuda a afrontar nuestra propia muerte. He conocido a personas con muertes anunciadas por el cáncer: algunas de ellas han usado su muerte como una nueva oportunidad para amar; otras, han ignorado su muerte; algunas, al ver su derrumbe, han vivido los días que les quedaban intentando arrastrar a los demás en su caída. Valdría la pena preguntarse: ¿Yo cómo quiero morir? Perdonad si esta pregunta es muy grosera, pues la cosa no es tan sencilla como una simple elección, pero es que no sé cómo formularla. Es una pregunta que sólo cada uno se puede formular (por eso pido perdón por enunciarla) y a los demás nos corresponde guardar silencio y respeto ante la respuesta que cada uno dé.

Usa la muerte (la propia o la del ser querido) para ¿aprender a? amar. Sé que la frase es sencilla en su formulación (incluso simplista) y enormemente complicada de afrontar, pero no se me ocurre otra  formulación mejor. Precisamente por la dificultad que representa afrontar la muerte, hace falta preparar a las personas para la muerte. Eso se hace desde que son niños a través de la vivencia de la frustración. Los programas de educación emocional que se centran en la búsqueda del bienestar y en la consecución de los objetivos individuales (como el 100% de los programas que proponen algún tipo de regulación emocional) hacen totalmente el ridículo cuando se enfrentan a la muerte, pues, en la muerte, ni hay bienestar ni es posible conseguir el mínimo objetivo individualista.

Aprender se aprende con cosas sencillas. El malabarista de cuchillos seguro que aprendió primero con palos de madera para que el error no tuviera consecuencias irremediables. La correcta vivencia de las frustraciones, aprendiendo a vivir la ruptura de las expectativas como una oportunidad para el crecimiento personal, es la forma de usar palos de madera antes de que nos toque usar cuchillos de verdad.

Como este tema es tan sensible y es imposible que, al escribir este artículo, yo pueda tener presente la situación de todos los lectores, os pido, por favor, que si lo que habéis leído no os ayuda en vuestro duelo, sencillamente lo ignoréis y a mí me disculpéis por haberme atrevido a escribir sobre ello.

(Dedicado a mi padre y mi hermana)

Educacion.press

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